miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿Carlos Gaviria = Hecatombe?

Noviembre-2007
Leímos la entrevista de Yamid Amat en El Tiempo del 4 de Noviembre, con una mezcla de incredulidad e indignación. Carlos Gaviria mostró, con impúdico exhibicionismo y envalentonado por ciertos resultados electorales, lo que fielmente guarda en los escondrijos de su personalidad.

Decía Gaviria que el delito político es “un alzamiento en armas con el objeto de derrocar a un gobierno o un sistema que se considera injusto para cambiarlo por otro justo y mejor.” Sepa el lector que en la sentencia de la Corte Constitucional que declaró inconstitucional la absorción de las lesiones personales y el homicidio como parte del delito político, Gaviria salvó su voto (C-456 de 1997). Pregunta Amat al respecto “¿Mantiene su posición contraria?” Responde Gaviria desvergonzado “Claro. Los rebeldes no se alzan en armas solo para decirlo, sino para combatir. Por tanto, el combate hace parte del delito de rebelión y sus consecuencias, no de muertes fuera del combate, hacen parte del delito de rebelión.”

Sin embargo, para Gaviria, el de los paramilitares no es ya delito político. A las guerrillas, dice el ex magistrado, sí hay que reconocerles estatus político. Dice más adelante el presidente del Polo Democrático que “lo que se ha considerado es que quienes buscan una sociedad mejor están delinquiendo por fines altruistas y por tanto, su propósito es menos perverso, que el de quienes delinquen para enriquecerse....” Y da la estocada final, expresando con desparpajo, “[Pregunta Yamid: Y la guerrilla tiene propósitos altruistas?] Todo grupo armado que dice que trata de buscar un sistema de gobierno mejor, tiene propósitos altruistas... “

Defender el delito político en Colombia es decir que la democracia y el Estado de derecho colombiano es un sistema “injusto” de plano e in abstracto. Además, equivale a decir que una violencia, en tanto política, es mejor que otra. Para Gaviria el homicidio y las lesiones personales serían mejores o justificables ante el sistema penal, si el móvil es político. Un cierto móvil político, de tendenciosa aplicación, puesto que para Gaviria los paramilitares no pueden tener el estatus político que a la guerrilla sí le reconoce. Es decir, la guerrilla puede matar y hay que tratarlos suavemente; los paramilitares no. ¿No es lo razonable decir que ninguno puede hacerlo? ¿Que no se debe tratar suavemente a ninguno de los dos? Para Gaviria, la violencia política de izquierdas es permisible y lo delitos hay que juzgarlos por sus motivos y no sus efectos, cuando debe ser al contrario.

No establece el exmagistrado la distinción más crucial para la supervivencia de un sistema democrático: desviación armada no es lo mismo que disensión democrática. La primera es inaceptable. La segunda merece todas las garantías. Gaviria no comprende que la esencia de la democracia liberal es permitir el disenso pacífico a su interior, pero ser inflexible con quienes, por las armas, busquen acallar las voces de sus contradictores. Debe buscarse, afirmamos, camino diverso al delito político, el cual debe dejar de existir.

Creíamos algunos que Gaviria era apenas un melifluo representante de eso que llaman la izquierda democrática, indecoroso, pero menguado e inofensivo, ‘a sheep in sheep's clothing’, en palabras de Churchill. Nos equivocamos. Tras de su facha achaparrada y bonachona, sus floridas disquisiciones y la santidad que se le endilga a quien clama ser voraz ratón de biblioteca y sapiente catedrático, se esconde el más antiliberal de los políticos. Retorcido que este profesor se cuelgue el pomposo título de “liberal radical”. Se dirá que Gaviria, no por comandar tan grandilocuente retahíla se escapa de tener una ingente dosis de cretinismo. Y que quienes este último vicio detentan poco daño hacen, al fin y al cabo. Tal vez. Pero los libros de historia demuestran que los bufones y los incapaces han sido expertos hacedores de entuertos, catástrofes y hecatombes.

Lo combatiremos con votos, aunque el exmagistrado siga soñando, románticamente, con la efectividad de las armas. Y siendo laxo y permisivo con quienes las empuñan para matar colombianos.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Momento de Decidir

Agosto-2007
Se avecinan elecciones y la coyuntura es propicia para sugerir algunas reflexiones acerca del panorama político actual, en lo que a los partidos políticos se refiere.

Si en política colombiana primara la verdad, llamaríamos las cosas por su verdadero nombre. Renunciaríamos a llamar liberal al partido que por este nombre hoy se denomina y pasaría a conocerse mas bien como partido socialista colombiano o cuando menos socialdemócrata. Y no lo digo con menosprecio o burla; llamemos a las cosas por su nombre y liberal, liberal, no es un partido que arma pataleta y no vota afirmativamente un tratado de libre comercio con el más grande mercado del mundo. Pareciera sufrir de amnesia el que otrora se presentara como el partido abanderado de la libertad comercial. Si algo de sentido común hubiese también, el Partido Conservador empezaría por dejar tan insípido nombre en los anaqueles de su historia, renovándose para emprender la conquista del poder público. El partido de la U y Cambio Radical, por ejemplo, tienen cuando menos esa imagen de renovación que asiste a los nuevos partidos, a pesar de las problemáticas internas que puedan tener.

Las cosas no discurren generalmente por el sendero de lo ideal y debo decir que sí hallo en el país una tensión entre dos grandes modelos, sobre los que es necesario pronunciarse. Tal confrontación la vemos naturalmente en nuestra capital y es mucho lo que podemos ganar o perder. Está el Polo Democrático, o la confederación heterogénea y explosiva que lo compone: un proyecto que aún enmarca sus tesis dentro de una lógica de guerra fría, que apoya el fascismo chavista, que no tiene la seguridad como una de sus prioridades, que no comprende que la justicia social se logra siendo competitivos y aprovechando la globalización, un partido que aglutina a la gente por estar “contra” algo o alguien. Lamentable que el Partido Liberal tome también este camino. Menester es votar por fuerzas políticas que defiendan proyectos modernos y diferentes a este. En Bogotá evidenciamos esta tensión y perjudicial sería que el Polo saliere triunfante.

Pero de lo que se trata este escrito es fundamentalmente de anotar que hace falta la creación de un nuevo partido en Colombia. Un partido que retorne la dignidad a la política al asumir un compromiso ético firme, contra la corrupción y las mañas que ensombrecen a las instituciones. Que sea firme frente al terrorismo y las mafias, vengan éstas de donde vengan. Que promueva la competitividad, el aprovechamiento de la globalización, el libre mercado como medio para privilegiar a los más pobres. En suma, un partido comprometido con la libertad, la dignidad humana y defensor de la democracia liberal, que ocupe el centro político, un partido genuinamente moderno y popular. Y si el perspicaz lector algo familiarizado está con la política de la península ibérica, sabrá a qué tipo de partido me refiero y qué nombre le daría. Momento es entonces de decidir en las elecciones qué modelo queremos, pero de pensar también en nuevos horizontes para la política colombiana y el país.

Los enemigos de la paz

Agosto-2007
Repudio total el que nos causó a los incondicionales de la democracia y la libertad el asesinato de los once diputados a manos de las farc. Repudiables también las declaraciones de ciertas personas y grupos en relación con el hecho, muestras estas, en el mejor de los casos, de irredimible cretinismo político; en el peor, de cobardía y encubierta enemistad con la democracia liberal y la República.

El Polo Democrático esgrime un pusilánime comunicado; el expresidente Samper declara en semana.com que el acuerdo humanitario no debe tener en cuenta estas “coyunturas”; el grupillo timorato de columnistas de siempre (Felipe Zuleta et al) propone ridículas insinuaciones que no hacen más que legitimar el terrorismo; la directora de País Libre afirma que la situación se aconteció por la “radicalidad” de Uribe. No extraña, sin embargo, este comportamiento. Hace poco leíamos una tibia cartita de algunos “intelectuales” colombianos, lamentándose por la situación del país y asignando iguales responsabilidades al hampa guerrillera y al gobierno democrático. No extraña, pero no deja de ser cuando menos curiosa tal asimilación. Granda, tostándose bajo el sol caribeño e hinchándose de mojitos, lanzará algunos vivas a su adusta y falsa “revolución”. Y el gobierno será, equivocadamente, tenido por algunos como el responsable, aunque la culpa de las farc se vea con claridad.

En lúcido escrito de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) de España, Valentí Puig reúne un grupo de autores en torno a un concepto que encuentro ampliamente relevante con la situación colombiana: el buenismo político. Dice Puig: “El ‘buenismo’ es mucho más pasivo, (…) [es] frotar espaldas de aliados y adversarios (…) el buenismo lo nivela todo, todo merece la misma compasión, el mismo sentimiento, todo ‘preocupa’, ‘inquieta’. Ese sentirse preocupado e inquieto exime de la necesidad de hacer algo. La reacción emotiva sustituye la acción, por un efecto de desplazamiento narcisista.” Miquel Porta, en la misma publicación, anota que el “buenismo” trata de buscar una falsa paz al subyugar la libertad y la vida digna a esta, quiere imposibilitar la distinción entre guerra justa e injusta, propone la paz a cualquier precio sin importar la agresión del enemigo, y en su conformismo pacifista conduce a la ética del esclavo, sumiso y temeroso de la iracundia de su maestro.

Es imperativo entender que la República y democracia colombiana es legítima; que el narcoterrorismo no lo es y que el progreso depende ampliamente de la firmeza contra éste. El primer enemigo de la paz perdurable es el terrorismo. Aquellos que con sus tímidas maneras no lo condenan, permiten su fortalecimiento; esta inmoral cobardía permite que los terroristas roben, ultrajen y maten a los más humildes. No se queje aquella indiferente élite cuando las nuevas generaciones de colombianos les reclamen su miedo; cuando les ajusten el título de enemigos de la paz también. La auténtica revolución social del siglo XXI es democrática y antiterrorista. La “revolución” de las farc no es tal; es una empresa criminal y fascista. Sí, fascista, aunque nuestros insidiosos “intelectuales” jamás hayan leído a Hayek; y los verdugos en sus guaridas solo se aficionen por los estados contables de su depredación.

martes, 5 de junio de 2007

Antiterrorismo: Principio Democrático

Junio-2007
Al tiempo que el lector considere estas líneas, estará disfrutando de la libertad un cuantioso número de terroristas que, en justicia, debiese seguir en las cárceles. Granda, cual rogada damisela, finalmente ha cedido al persistente galanteo del gobierno, aún reafirmando fidelidad a su adusta causa. Y pensar en la iracundia, (causante de subsiguiente crisis) que su captura causó al adolescencial fascistoide a quien tenemos por vecino. La excarcelación, sin embargo, revela una tesis que pervive aún dentro de la democracia colombiana y que es sostenida también por algunos sectores en el exterior, particularmente en Europa. El argumento va así: El surgimiento de la guerrilla está justificado por una serie de problemáticas sociales; si bien los métodos guerrilleros son equivocados (y convenientemente poco se enfatiza esto), sus reclamaciones tienen fundamento y obligan al Estado a abstenerse de usar la coerción frente a estas; así, se insiste obsesivamente en que el Estado debe propender, casi rogar, por negociaciones.

Equivocada tesis esta, que debilita las instituciones democráticas, desmoraliza la Fuerza Pública, permite el ataque a la población civil e impide el efectivo accionar gubernamental para resolver los problemas que al país aquejan. En efecto, un análisis cuidadoso revela falacias graves, casi perversas, en el argumento. Se dice que la guerrilla es causada por la injusticia social y que por tanto sus reclamos son legítimos. Observe el lector el salto que se le permite a quienes esbozan estas posiciones; la injusticia social, que a todas luces es evidente, debe legitimar a un grupo de gentes a hacer unas reclamaciones (una dictadura comunista) y a hacerlas a sangre y fuego. Se le permite entonces a las guerrillas aparecer como las portavoces de un descontento social (que no lo son), a buscar imponer un programa profundamente antidemocrático y excluyente (pues se posiciona como legítimo), a usar cualquier método para imponer dicho programa (comprendiendo estos métodos), y obligando al Estado a buscar la solución a todo el embrollo, sin acudir a sus Fuerzas Armadas y policivas, que es su legítimo derecho. Este complejo de culpa de la democracia colombiana deviene en un perpetuo temor a defenderse; en una eterna búsqueda por congraciarse con su victimario, creyendo erróneamente que le aplacará, cuando lo que hace es fortalecerlo.

La injusticia social del país, la pobreza, la exclusión social y la falta de oportunidades se resuelven profundizando la democracia y fortaleciendo sus instituciones, a través de un Estado que, entre otras cosas, con denuedo enfrente el terrorismo. No se logra a través de un rancio programa marxista-leninista, que a lo largo de la historia sólo ha atentado contra la libertad y la dignidad humana. Y es este programa lo que lo que las Farc deseaban. O desean, si les concede uno el beneficio de dudar que lo suyo sea ahora exclusivamente la acumulación de riquezas producto del narcotráfico y el terrorismo. Y son precisamente el narcotráfico y el terrorismo causantes de mayor pobreza, de menor libertad y de la violación de los inalienables derechos de la persona humana.

Así llegamos al escenario actual. Ciertos sectores tanto dentro como fuera del país, promulgadores de la tesis descrita, o inconscientes seguidores de la misma, han logrado presionar al Gobierno para lograr una masiva excarcelación. Decepción grande la que esta causa a quienes vemos en la firmeza frente al terrorismo una cuestión de principios. Algunas consecuencias parecen más probables que otras; ninguna justifica la movida. Improbable es que las Farc responda con liberaciones, que su totalitario pensar solo responde al lenguaje de la fuerza. Que la organización terrorista se vea desprestigiada frente a la comunidad internacional al no buscar el intercambio no es logro que legitime la liberación: ni se desprestigiará en mayor medida un grupo terrorista que ha cometido los más bárbaros actos ni este mayor desprestigio se traducirá en hechos significativos de parte de la opinión y gobiernos europeos. Probablemente, si la razón que a Sarkozy asistió en pedir la excarcelación de Granda fue la liberación de Ingrid, veremos a ésta salir de su secuestro. El presidente francés tendrá su luna de miel con el electorado, de ser así. Esto a costa de retorcer los principios de una lucha que a este país ha costado mucho, de usarnos para satisfacer sus más inmediatos y particulares intereses. Por su parte, se quitará Uribe la presión por facilitar el intercambio, particularmente en Europa, sí. Pero, ¿vale la pena acallar la crítica con tan excesiva medida?

Colombia nunca verá consolidar una democracia liberal verdadera si cede ante el terrorismo. Y los problemas sociales solo serán profundizados por el accionar de éste. Su programa oficial (marxismo-leninismo a través de la violencia), y extraoficial (narcotráfico) son inaceptables. No son ni han sido nunca legítimos portavoces de descontento social alguno. Sus métodos de siempre han sido execrables y han violado y continúan violando los derechos humanos. A las Fuerzas Armadas debe permitírseles la protección de los colombianos, como es su mandato constitucional. La firmeza contra el terrorismo, venga de donde provenga, sea paramilitar o guerrillero, es elemento indispensable del progreso de la Nación, es principio inamovible, no resiste cálculo político o electoral y debe convertirse en política de Estado real, pensando a largo plazo. Y los principios no se negocian.

lunes, 30 de abril de 2007

Petro está de moda

22-Abril-2007

Petro está in, está de moda. También lo está Robledo, aquel agitado hombrecillo consentido por los medios y Gaviria, el voluminoso excandidato presidencial. El Polo, ese popurrí en perpetua amenaza de hacer implosión también está in; está de moda. Y si a Petro, Robledo, Gaviria y los demás camaradas, perdón, miembros del Polo, no les gusta Uribe y tampoco les gusta nada de su gobierno, bueno, entonces Uribe está out. Si hasta convencieron a Gore… qué duda queda.

Pero, ¿para quién está de moda este conjunto de eminencias? Pues, para la gente que importa, ¿no? Para un grupillo con aspiraciones a empresarios palaciegos (que ganarían más dinero cerrando el país al mundo), para el puñado de sindicatos defensores de sectores de ineficiencia hipertrófica (en perjuicio del bolsillo del ciudadano común y el contribuyente), para los periodistas oportunistas y para un elitista mundillo de algunos académicos e intelectuales (que lo digan los que por nuestras aulas vemos.)

Si no se está de moda, ni pensar en ejercer la crítica contra quienes lo están. Natural y razonable es que Robledo hable de “parauribismo”. Y que el Politburó, perdón, la dirigencia del Polo hable del actual gobierno y del presidente en los más insólitos términos, atacándole con la más variada gama de insultos. Que alguien, dentro o fuera del gobierno critique a su vez al Polo y sus miembros es acción censurable que amerita inmediato y visceral repudio. Y se replica esta actitud a lo largo de toda la fanaticada de la oposición; que lo digan los estudiantes que con delicado lirismo le gritaban a su entrada a los Andes al presidente: “Uribe, Paraco, el Pueblo está Berraco.” Vaya alguien a hacerle cosa equivalente a un miembro de la oposición para que vea lo que le pasa.

Y es que Petro, otrora discípulo de un dictador y que a plomo decidió conquistar el poder, hoy dicta cánones morales y éticos al país. Y lo hace porque se adueñó, junto con su pomposa catervilla, del significado de lo políticamente correcto. Ellos son políticamente correctos. El resto no. Ellos defienden “lo social”. El resto no.

Pero hay otro grupo, más numeroso y plural, de una mayoría de colombianos que buscan en la política la posibilidad de hallar y consolidar la libertad, la competitividad, la justicia social a través del desarrollo responsable, la eficiencia, la transparencia, la seguridad contra el terrorismo, la dignidad humana. Son estos colombianos quienes dieron al actual gobierno un voto copioso e histórico en las pasadas elecciones.

Quizá Petro y sus hooligans, perdón, bueno sí, hooligans, intocables por la crítica como vacas sagradas, encantadores de serpientes por su incomparable capacidad sofista no estén tan in como piensan. Para esa inmensa mayoría que no cree en su retórica, las etéreas calificaciones de lo que está o no de moda, de lo que está o no in, esgrimidas por unos cuantos listos, no valen nada. Sobre decir que con esa mayoría está el que aquí se suscribe.

Che Guevara: El Héroe que Nunca Fue


Septiembre-2006
Despierta aún el “Che” Guevara fogosa idolatría. Aglutinados en torno a su memoria rinden culto disímiles devotos; arcaicos y totalitarios izquierdistas, fatuos pseudo-intelectuales posestructuralistas, intransigentes tira-piedras, lenguaraces rebeldes contraculturales y jóvenes burgueses, de light y rococó ideario, -para usar el término de T. Wolfe (2001)- y camisetas estampadas con la efigie del comunistoide “revolucionario”. Estos, y diversos incautos –e ineludiblemente no menos de un pretencioso bufón-, dicen del guerrillero que es ejemplo de compromiso con la libertad y la justicia, entre tantas cosas, aunque la historia evidencie que su déspota ideario y arbitrarios métodos, fueron brutalmente hábiles y eficaces en reprimir los más fundamentales de los derechos. A casi cuarenta años de su muerte, del “Che” se predica aún su noble heroísmo, exótico mito que con fuerza subsiste aún en los sitios más insospechados; en el festival de Sundance de 2004, la película que en su honor fue hecha (Diarios de Motocicleta), fue ovacionada de pie por un sobrecogido público.

La admiración por el “Che” generada, se basa, sin embargo, en una fantasiosa construcción de su personalidad, de sus ideas y de sus actuaciones. Pero la comparación entre esta romántica visión y la realidad, es algo que sus fans no hacen. Y es que la amplia recordación de la que el “Che” goza, se debe a cuestiones de índole bastante superficial; su prematura muerte –con participación norteamericana-, le reviste de heroísmo; su combativa imagen registrada por Alberto Korda –tal vez la foto más famosa del siglo XX- se ve tan chic estampada en camisetas, afiches y mugs; su preferencia por la “revolución” y la “lucha” en lugar de la vida “burguesa” y “acomodada” y luego en lugar de los “lujos” del “poder”, le confiere un eterno aire de juvenil rebeldía; su elocuente prosa aún conmueve, embelesa y confunde. Las reales ideas, y métodos por el “Che” empleados estuvieron, no obstante, permeados por la violencia, y el irrespeto a la dignidad y los derechos humanos, entre otros infames atropellos. Muestras de todo ello sobran.

Como comandante guerrillero y como jefe de la prisión de La Cabaña en 1959, a cargo de la llamada “Comisión Depuradora” -tenebroso pero acertado nombre-, ordenó, tras kafkianos juicios, cientos de sumarísimas ejecuciones. Culpables, inocentes y simples desafortunados murieron bajo su yugo, directa o indirectamente, no solo en Cuba, sino también en Panamá, República Dominicana y el Congo. En el país africano, juntó fuerzas con Laurent Kabila y Pierre Mulele; bástenos saber que Mulele es recordado por asesinar a quienes llevaran corbata o supieran leer en su régimen del terror en Stanleyville. Nunca fue tan cierto aquel refrán que comienza, “dime con quien andas….” Con la muerte del “Che” en Bolivia, concluiría su macabra idea de “crear dos, tres, muchos Vietnam”, aunque los colombianos sigamos padeciendo a los discípulos de Guevara, en eso de preferir la lucha armada a la democracia deliberativa.

Estableció Guevara, en Guanahacabibes, el primero de los campos de trabajo forzado de Cuba, precursor de aquellos a donde han ido a parar (y a morir) disidentes políticos, homosexuales, enfermos de sida y religiosos, sin debido proceso ni garantías legales mínimas, sin ser culpables de crimen alguno, acusados apenas de contrariar aquel amorfo y tiránico concepto de la “ética revolucionaria”, (dura realidad captada en el famoso documental Mauvaise Conduite o Improper Conduct de 1984). Molesto tal vez por la nimiedad de su rol en Bahía Cochinos, donde salió pronto de combate tras dispararse con su propia arma, acordó Guevara en 1962, la colocación de los misiles nucleares soviéticos en Cuba. Orgullosamente diría después que, de haber estado éstos en poder cubano, los habría usado sin dilación. Fue creador nuestro “revolucionario” del servicio de espionaje G-2, y del de adoctrinamiento G-6, allí empleando toda la experiencia que en represión y torturas había adquirido la Cheka rusa, organismo que a él sirvió de musa.

Encargado de la economía cubana, el “Che” supervisó el derrumbe de la producción de azúcar, la introducción del racionamiento y el fracaso de la industrialización, (para 1963, Cuba se resignaría a no industrializar, viviendo de los subsidios soviéticos y las exportaciones de insumos primarios a países socialistas). Como lo documenta A.Vargas (2005), para 1997, los cubanos recibían 5 libras de arroz y una libra de fríjoles al mes, 4 onzas de carne dos veces al año, 4 onzas de soya a la semana y 4 cuatro huevos al mes. El estalinismo en su máxima expresión. ¡Viva la Revolución!

La acuciante realidad, de nuestros países y de sus gentes, reclama principios democráticos, donde prime el respeto a los derechos humanos, a la paz y a la legalidad, y donde se condenen los totalitarismos. Buscamos gobiernos transparentes, que con ahínco busquen el bienestar de sus ciudadanos. Debemos aspirar a que las oportunidades se hagan extensivas a todos por igual, a tener sistemas judiciales independientes y garantes de la legalidad y el debido proceso, y a la plural participación política, condenando así la desviación armada y permitiendo solo al Estado democrático el uso de las armas para garantizar la seguridad. Incumbe evitar el populismo y la demagogia y fomentar economías abiertas y productivas como manera de alcanzar la igualdad y la justicia social. Atrás deben quedar las ideas, métodos y los falsos íconos, que como Guevara, entorpecieron y entorpecen nuestras aspiraciones.

Oposición Política y Contracultura

Enero-2006
Sin mucha sorpresa seguí los sucesos que en París se acontecieron en días recientes; cientos de estudiantes levantando barricadas y bloqueando calles, buscando la eliminación de la ley de flexibilidad laboral dirigida a los más jóvenes. Con menor sorpresa aún, sigo el debate electoral actual en Colombia, en donde la facilidad con que se ventilan propuestas políticas “innovadoras” o “radicales” es directamente proporcional con su falta de aplicabilidad real. Y menciono ambos sucesos, la pseudo-rebeldía de nuestros colegas franceses y el exotismo de algunos de nuestros candidatos presidenciales para escribir sobre un concepto específico. Dicha noción tiene una influencia a veces desapercibida sobre las mentes de Occidente, incluyendo a Colombia, y particularmente sobre su juventud: esta es la idea de la contracultura.

En “The Rebel Sell, Why the Culture Can´t be Jammed” (2004), Potter y Heath comentan el rol angular que el Holocausto tuvo en determinar la vida social, política y cultural de posguerra. En efecto, del obvio rechazo al fascismo que los ciudadanos empezaron a profesar y de la curiosa asimilación entre fascismo y sociedad convencional que posteriormente hicieron algunos, se dio pie al nacimiento de la contracultura, como ideología antagónica de dicha sociedad convencional. La contracultura, (concepto introducido por Theodore Roszak en “El Nacimiento de la Contracultura”, de 1969), sintetiza el movimiento de rechazo a la cultura convencional y el intento por reemplazarla con una filosofía en cierto sentido individualista y libertaria. A la manera de Potter y Heath, la contracultura se traduce en hedonismo; si hacemos referencia al plano político de la misma, nos damos cuenta que esta se convierte en rechazo a la política electoral y en un enardecido antagonismo frente a infinidad de cuestiones propias a la política como tal. Tanto los manifestantes franceses, por ejemplo, como algunos de nuestros candidatos presidenciales, movidos ambos por una rancia retórica de izquierdas, se oponen o bien a la flexibilidad laboral, o bien al capitalismo, o al libre comercio y la globalización, entre tantas otras cosas. En expresar dicha ideología olvidan lo vital de expresar el disenso de manera constructiva y pacífica, o bien de lo importante de reformas económicas que, por ejemplo, flexibilizen el mercado laboral para generar empleo; en suma, olvidan la necesidad de encaminar los esfuerzos para que los fenómenos económicos del mundo de hoy lleven progreso real y efectivo a la ciudadanía.

En efecto, tanto las manifestaciones de los estudiantes franceses, como la evidente demagogia de algunos candidatos son apenas dos ejemplos de una variedad de movimientos e ideologías que resultan mas bien en nihilismo. Y es que, en rechazar de manera total y unívoca cosas tales como un tratado de libre comercio con un amplísimo mercado, o al legitimar la desviación violenta o armada, o al considerar que la manera de hacer sentir su voz es a través de la oposición callejera y no electoral y legislativa, lo que se ve es una respuesta netamente binaria a problemas complejos. No solo no reconocen espacios intermedios, sino que, por la mencionada elección binaria intrínseca a su razonamiento, se convierten, ellos sí, en los más totalitarios y excluyentes de todos. Curiosa paradoja que espero no sea intencional.

El Problema con la Derecha

2005
Decirse de derecha o afirmar el libre comercio es ser estereotipado; ya por autoritario, con inevitables denuncias de fascista, ya por tecnócrata abusivo, con indisolubles acusaciones de elitista u oligarca. Así las cosas, la derecha es hoy vista por muchos como negativa; símbolo de la desigualdad social, del uso excesivo de la fuerza y portadora de un sentido reaccionario de la política y de los procesos sociales. Decirse izquierdista, por otro lado, aun envuelve un cierto componente romántico, incluyente y progresista. En el tema económico todos reniegan de la lógica de mercado, lo que se traduce inequívocamente en una débil y falaz interpretación de procesos imparables, como lo son la globalización y la inevitable flexibilización de los mercados. Nadie quiere decirse neoliberal por cuanto la palabra encarna problemáticas que a primera vista aparecen como indeseables; el ajuste fiscal y el austero gasto del presupuesto público, las privatizaciones, la estimulación de la inversión extranjera, la libre competencia.

Considero, no obstante, que decirse de derechas o decirse neoliberal no puede ser sinónimo de estigmatización con forzosas repercusiones electorales, por cuanto lo uno y lo otro son ingredientes del éxito para un país como el nuestro. El problema radica, en primera instancia, en un ataque embustero y demagogo, de parte de la izquierda, etérea y light, por decir lo menos. Por otro lado, el problema también se halla en disposiciones añejas que a la derecha, y a los partidos que se asocian con esta, hacen daño, tanto en la imagen que estos expiden, como en los resultados electorales intrínsecos a su mal perfil. Finalmente, por cuanto lo que se suscita es un debate eminentemente político, el problema también es uno de marketing, es decir, uno de presentación de un ideario que, sin alteración de sus preceptos, resulte atractivo para el ciudadano común.

La izquierda democrática, en sus distintas presentaciones, se ha posicionado como un proyecto, que, sin perjuicio de sus deseos de llegar al gobierno, es más un movimiento de opinión. Movimiento de opinión en el mal sentido de la palabra, por cuanto la suya no es una reclamación realista y asequible, sino mas bien una obstinada y populista manera de entender la política y de emitir crítica sin elementos constructivos claros, únicamente para desprestigiar a sus contrarios. La oposición es fácil; no en el sentido de que lo suyo sea un discurrir calmado y sereno, sino que la oposición faculta para hablar sin consideración objetiva de las consecuencias de sus dictámenes.

El caso colombiano es bastante explicativo; el talante “guerrerista” del gobierno Uribe es, casi de manera unánime, objetado. No razona la izquierda que el terrorismo andaba rampante y sin freno, que no puede ser considerado expresión legítima de las problemáticas sociales del país, por cuanto mata, secuestra y extorsiona. A casi tres años del gobierno Uribe ya muchos se vuelcan contra este, tirando fuego contra la política de seguridad democrática sin propuestas coherentes que trasciendan del lugar común; que el país tiene un problema de injusticia social; que hay que gastar más en “lo social”. ¿Injusticia Social? Claro que sí, pero el terrorismo no es portavoz de esta y no es constructivo. ¿Más gasto social? Claro que sí, en tanto nuestro ajustado presupuesto lo permita. Así pues, la izquierda no se extiende más allá del afán inmediato, no propone coherentemente, se obstina en idear un recetario que de ninguna manera se vuelve aplicable. Lamentablemente, el ciudadano no reacciona; la Corte Constitucional emite fallos absolutamente desajustados de nuestra realidad, el Polo Democrático y el resto de la izquierda democrática se encapricha con cuestiones inaccesibles, la socialdemocracia liberal patalea irritada y todos unen esfuerzos por llegar al poder... ¿Para qué? Ni ellos lo saben.

Pero el problema no es solo externo a la derecha. Es también, y en considerable medida, interno. La derecha colombiana aun carga con un bagaje demasiado pesado, un lastre que no le permite comunicarse adecuadamente con las masas colombianas. No pretendo aquí plantear una visión completa de lo que la derecha debería ser, aunque en mi mente tengo dicho pensamiento. Quisiera hacer énfasis en un punto fundamental: lo que la derecha y lo que el conservatismo deben desechar para buscar la grandeza en el país.

El conservatismo no puede ser un partido envolvente, en cuanto su accionar se perciba en todos y cada uno de los ámbitos de la vida. Considero que su rol debe entenderse en sentido macro, como una serie de lineamientos coherentes, que piensen en el largo plazo y que procuren la estabilidad de las instituciones. Creo equivocado que el partido y en suma todos los partidos adheridos a la derecha se empeñen en la imposición de una moral como bandera de lucha. La derecha debe distinguir entre la ética, que yo diría es el respeto inviolable de los conciudadanos, de la moral, que es eminentemente una problemática propia, sujeta a los subjetivos deseos del individuo. Apruebo por tanto que el Conservatismo Colombiano no sea ya un partido confesional pero considero que ese componente incluyente que se deriva de la aceptación de todas las formas de vida, en tanto no agredan los derechos del prójimo, es eminentemente democrático y de necesaria atención. La juventud rechaza la intolerancia y los partidos de la izquierda se apropian de este debate como si fuere suyo, con repercusiones de dimensiones insospechadas. Lo que hoy concierne a los partidos es la búsqueda de instituciones virtuosas. La moral es tan subjetiva que hace mal un partido en pretender consagrar un modo de vida buena único y deseable.

Finalmente, en concordancia con el tema anterior, creo también que el problema de las derechas es uno de marketing. El Partido Conservador, y en suma, la derecha que apoya el libre comercio es tachada de excluyente. Recuerdo una interesante discusión que tuve en días recientes; me decía mi interlocutor que la primera imagen que a su mente viene cuando oye del Partido Conservador es la de un grupo de ancianos, intolerantes, fundamentalistas, ricos y autócratas. La imagen me espantó, por cuanto creo que dicha opinión no es apenas suya, sino que, con variaciones diversas, es compartida por muchos, en particular por la juventud. El problema por tanto, es deshacerse de estos estereotipos, promoviendo los verdaderos principios conservadores, que lamentablemente no tengo ya espacio para discutir, de una manera dinámica e incluyente. Bien haría el partido Conservador en cambiar su nombre, para empezar. “Conservador” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es “Dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc.: Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales.” Al Partido Conservador le es imprescindible buscar qué desea conservar y qué desea cambiar, que en Colombia, definitivamente no es poco.

Así las cosas, el problema con la derecha es la estigmatización de parte de la izquierda, la carga de ideas añejas que suscitan desprestigio y la falta de una presentación acorde a las nuevas necesidades. La problemática del Conservatismo se deriva de esto. Pero esta realidad debe ser enfrentada con vigor y sin demora. Parafraseando a Gilberto Alzate Avendaño, el Partido debe empeñarse en ser uno “tradicionalista revolucionario”; de unos principios fundamentales, se dispone a dar la batalla democrática por el cambio y el progreso de nuestro país. ¡Esto ya escapa al ideario conservador!, dirán algunos. Yo digo que las ideas están ahí; que el Conservatismo las asuma como propias para alcanzar la grandeza, o que se las deje a otros, es alcanzar el éxito o firmar su sentencia de muerte, espectadores apenas del triunfo de quienes sí las asumieron como suyas.

El Glosario del Saber

Abril-2007

Cierto grupo de “intelectuales” colombianos, a fuerza de repetición e ininterrumpido berrinche -y del dadivoso trato que los medios les procuran- ha buscado incorporar en el imaginario nacional, como incontrovertibles verdades, un número de arbitrarios prejuicios. Esta supuesta intelectualidad ha publicitado -y continúa haciéndolo- una serie de sosas ideas, que sin embargo gozan del privilegio que les otorga su carácter chic y contestatario. Así, estos líderes de opinión de facto, han creado un glosario de palabras, que constituye “el saber”; aquel que está de moda y que buscan imponer.

Cuestión perjudicial para Colombia, pues tales ideas son irreflexivas y rara vez fundamentadas. Surgen de los propios prejuicios y vanidades de una élite que busca acaparar el debate intelectual y cuyo bienestar económico le permite opinar y hablar con suma ligereza, desdeñando sus implicaciones. Sus opiniones se sitúan generalmente dentro del paradigma de la rebeldía contracultural, de la burguesía que se esfuerza por posar de rebelde y romántica, de las contingentes opiniones que cambian con esquizofrénico vaivén. Así, esta insípida intelligentsia nubla la visión de los colombianos, frenéticamente repitiendo los mitos que ensalzan sus cómodas tertulias. Veamos tales mitos, veamos una reducida versión de su glosario del saber.

Capitalismo: El peor de los sistemas, multiplicador de la pobreza (suena bien decirlo, aunque la historia demuestre lo contrario.)
Castro: Revolucionario genuino (Ciegos ante una cruda realidad.)
Comunismo: “El comunismo nunca fue puesto en práctica como debía ser” o “En teoría es perfecto, pero lo aplicaron mal” (¿Suenan familiares estas frasecillas, casi slogans? Evidentemente, estos “intelectuales” jamás tuvieron el dudoso gusto de los cupones de comida.)
Derecha: La raíz de todos los males (Y se ensañan, con fanático rigor, en asemejar a la derecha democrática con las dictaduras militares.)
Estados Unidos: El más grande explotador, genocida etc etc de la historia; culpable de todos los males colombianos y latinoamericanos y mundiales (poco importa la autocrítica y la solución de los problemas propios, que los chillidos antiimperialistas siempre sonarán mejor.)
Guerrilla: Solución Pacífica. Solución Pacífica. Solu... (Listos a tolerarles todo, que sus razones las consideran valederas y sus métodos entendibles. Y suponen, erróneamente, un pacifismo intrínseco a los “rebeldes”.)
Izquierda: La solución a todos los males (Se sueñan un Mayo del 68, con poéticos graffitis incluidos.)
Libre Comercio: Método mediante el cual los países ricos explotan a los pobres. (Aunque poco han estudiado el tema. Es más chic criticar al “imperio” en candente verborrea.)
Multinacionales: Explotadores (¿Qué será más risible? ¿Dicha falacia o las alucinantes ideas de granjas colectivas y “soluciones alternativas” similares?)
Paramilitares: Uribe es paramilitar. Uribe es paramilitar. Uribe es paramili… (El senador Robledo, arisco hombrecillo, arquitecto experto en guadua, uniandino y “revolucionario”, acuñó ya palabra que resume tan estrambótica y delirante postura: “parauribismo”.)
Uribe: Fascista (¿Por qué? Suena mejor criticar a quien la mayoría apoya pues suponen les confiere un aire de superioridad.)

Erróneos Paradigmas (I)

22-Febrero-2007
Son varios los descaminados paradigmas que a nuestro país hacen daño profundo. A grandes rasgos, diría que en el país se vilipendia el capitalismo, la globalización y el libre comercio, se tolera aún la desviación armada y se legitima todavía la generación de riqueza que esquiva la justicia de un verdadero imperio de la ley. Tales situaciones en perjuicio del país, que en razón de esto, poco crece, malamente se desarrolla, y pervive en medio de la pobreza y la violencia. Quisiera referirme en este sucinto escrito a los dos primeros temas; quede para futura ocasión, por restricciones de espacio, el tercero y algunos otros.

La Metamorfosis
Si quisiera alguien acometer obra de filantropía, debería enviar de viaje a China a miembros de diversos estamentos del país, particularmente a sindicalistas, a algunos académicos y forjadores de opinión y a miembros del partido Liberal y del Polo. Bien haría a Colombia que vieran cómo se desmonta el sistema económico comunista y se pasa a una economía de mercado, con generalizado éxito. Me acusará el escéptico lector de desestimar las diferencias entre China y Colombia. No las niego. Digo apenas que China es ejemplo perfecto del triunfo del sistema capitalista de libre mercado sobre las teorías que privilegian el manejo estatal de los medios de producción y, en suma, de la economía. Buena lección, que debiera abrir espacio para análisis de cierta altura, tendiente a incrementar nuestra competitividad. Lo resume A. Oppenheimer: “Un crecimiento anual [chino] de más del 9 por ciento en varias décadas, 60 mil millones de dólares en inversiones anuales, 250 millones de personas rescatadas de la pobreza (…)” Hoy, relata el mismo autor, gracias por ejemplo a la consagración de la propiedad privada y de los derechos de herencia en la Constitución de 2004, el Estado chino controla menos del 30% del producto bruto nacional y hay 3,8 millones de empresas en manos privadas.

Las libertades de los ciudadanos chinos son aún reprimidas, cuestión que contradice los ideales que acojo; sin embargo, el punto es que la metamorfosis económica china debiera, por si sola, motivar el estudio del falso paradigma que desdice de las economías de mercado como manera de crear, y generalizar riqueza para una población. Esto sin contar que, siguiendo a Friedman, la libertad económica traiga consigo mayores libertades civiles y políticas, tanto para los chinos como para los latinoamericanos.

¿Podrá competir Colombia contra China? Y no solo contra ella. Irlanda, diversos países asiáticos y los antiguos regímenes comunistas europeos –sujetos de metamorfosis similares a la china- se convierten en fuerte competencia. Aquí, aún no hay siquiera acuerdo sobre el modelo de desarrollo, y creen muchos que la globalización y la apertura comercial del mundo es fenómeno refrenable. Lastimera situación; a Colombia hace inmensa falta el debate informado, los acuerdos y la búsqueda de una mirada un tanto más objetiva de las realidades económicas, ajena ya al injustificado dogma.

Criando Cocodrilos
Voces muchas en este país, de tiempo atrás, han tolerado la desviación armada, con exhibición de erróneo vanguardismo. En un estado moderno y democrático, esta no debe tolerarse; solo así se puede asegurar la subsistencia de las libertades e instituciones y, eventualmente, de la paz. La coerción ha de ser facultad exclusiva del Estado y la desviación armada debe combatirse, venga de donde venga, de dentro o de fuera. Añejo es ya, entre otros, el ensalzamiento a guerrillas tenidas por “buenas”, cuyos antiguos integrantes poco se cansan de repetir las bondades de la violencia por ellos emprendida, así como de negar sus tendencias piromaniacas.

La absoluta oposición a las expresiones violentas y armadas debe convertirse en política de estado de nuestro país, garantizando así la estabilidad y prosperidad a largo plazo, política esta que debe mantenerse así busquen algunos permearla de duda. Considerar, por ejemplo, que porque un jefe de estado no tiene experiencia en combate o porque sus propios hijos no integran el ejército, este no puede comandar las fuerzas armadas, o explotar negativamente la situación de los heridos en combate -que si no fueron reclutados ingresaron por voluntad propia- o recubrirse de una actitud que pretende ser políticamente correcta pero que deviene en la inacción, son actitudes generalizadas de muchos, aquí y en países diversos, que son usadas específicamente para debilitar una necesaria política de estado. Es alto honor, de suma importancia, que un jefe de estado detente las características que se anotan y los heridos son dignos de admiración y sus reclamos de respetuosa consideración, pero no pueden estas cosas ser usadas por algunos para dañar una política imprescindible.

Lo dijo Churchill con magistral sapiencia, refiriéndose a la tesis del “appeasement” que tanto terreno permitió avanzar a la Alemania nazi. Al regreso de Chamberlain, tras la firma del Pacto de Munich, dijo Churchill: “Pudo usted elegir entre la guerra y el deshonor. Escogió el deshonor y tendrá la guerra.” No sin razón decía el primer ministro, “Un appeaser ( literalmente, apaciguador; algo así como pacifista) es aquel que alimenta un cocodrilo, esperanzado en que le devore de último.”

Izquierda y Derecha

Enero-2007
Andrés Oppenheimer, en reciente columna publicada por la revista Cambio, escribe: “(…) los conceptos de "izquierda" y "derecha" han dejado de tener sentido. La dicotomía en el siglo XXI, más bien, es entre los países globalizados, y los países aislacionistas.” La dicotomía propuesta por el versado autor y periodista es importante, pero diría que la distinción entre derecha e izquierda es aún válida en si misma. Considero, sin embargo, que ha evolucionado, y que es factible describir apenas sus rasgos esenciales, su variado espectro siendo generado casuísticamente, por disímiles entornos socioculturales y políticos.

En mi opinión, durante el siglo XX –que el análisis de la cambiante antítesis entre reacción y reforma anterior al pasado siglo será para otra ocasión-, los dominantes sistemas capitalista y comunista podían categorizarse fácilmente como de derecha e izquierda, respectivamente. La propiedad privada se constituía en punto vital de la distinción, pues la democracia y libertades públicas como diferenciación traían consigo una carga subjetiva debatible por adeptos y contradictores. La caída del comunismo complejizó la distinción.

A mi parecer, la derecha y la izquierda subsisten, y pueden distinguirse tanto versiones racionales como, digamos, exóticas. La derecha y la izquierda en su versión racional, han acordado ya la existencia y protección de la propiedad privada y el sostenimiento y no conculcación de las libertades públicas. La derecha privatizará, tributará menos, y minimizará el tamaño del Estado. La izquierda buscará mayores tributos, tal vez subsidiará y tendrá posiblemente un Estado más grande. La derecha será respetuosa de las minorías, pero será como tal una colectividad posiblemente más homogénea, de un trasfondo sociocultural tal vez más tradicional. La izquierda, compuesta de mayor número de minorías, propenderá por los que considera sus derechos.

Del lado de la derecha más exótica, tendríamos una propensión antidemocrática y de tendenciera aplicación de los derechos humanos y las libertades públicas, con inclinaciones tal vez sectarias y racistas. De activa y desmedida protección al gran capital en perjuicio de los menos favorecidos por el mercado, promoviendo tales medidas precisamente citando la necesaria prevalencia de las reglas de este. De parte de la izquierda más vocinglera y exótica tendríamos el vituperio constante a la propiedad privada, la permisividad con ciertos totalitarismos, la romántica visión frente a la lucha armada y los energúmenos que mediante esta se hicieron con el poder. Combatirá torpemente la globalización, el mercado, el capitalismo y el “Imperio”, infantilismo superado por sus colegas racionales.

Es así que, en el debate democrático, en tanto no sean contrarias a la ley, las diversas posiciones han de enfrentarse unas con otras, aun cuando no pretende este columnista negar su preferencia por la derecha “racional”. Nótese que inevitablemente existirán variaciones ideológicas, creadas por el entorno; el partido Republicano estadounidense me parece distinto a diversos partidos de derecha latinoamericanos, por ejemplo. Se ha extinguido ampliamente, sin embargo, la derecha de tendencia totalitaria. ¿Se extinguirá la izquierda desfachatada?, ¿Dejará el romanticismo subversivo y despótico a un lado y sus agotadores e inútiles alaridos de “Yankee Go Home”?

De Somníferos y Oratoria

Enero-2007
“¡Desde lo alto de esas pirámides, cuarenta siglos os contemplan!”
Napoleón, mostrando las pirámides a sus tropas. Egipto, 21 de Julio de 1798.

Anterior al dominio que en el debate han alcanzado el power point, los elementales chistes y las sosas y predecibles presentaciones, -fácilmente asimilables pero de comprensible olvido- había forma distinta de hacer las cosas. Natural es que hubiese antes malos exponentes e insípidos discursos. Sustancial es anotar que se premiaba al hábil expositor y al bien logrado discurso; la oratoria, por muchos reverenciada, era un arte. Hoy, por el contrario, se tolera el perezoso discurso y poco se anima la elocuencia, debido, tal vez, al olvido de la lejana época y a la fobia de hablar en público. La fina oratoria, inspiradora, soñadora de diversos mundos y posibilidades ha sido reemplazada por un insulso palabreo, aburrido y, no con infrecuencia, desesperante. Lastimera situación que por ejemplo, ronda nuestro Congreso, pero que es faceta recurrente de la actualidad, también extranjera.

Grandes oradores e inolvidables discursos hubo alguna vez. Por lo reducido del espacio, recordemos apenas algunas pulidas frases, sin énfasis grande en su contexto ideológico o social. Napoleón, en 1804, decía “La muerte no es nada. ¡Pero vivir vencido y sin gloria es morir todos los días!” Similarmente, el bereber Tarik había dicho, en el 711, durante la batalla de Guadalete: “La muerte es el fin de los males, la victoria causa de alegría; no hay cosa más torpe que vivir vencidos y afrentados.” Al regresar de Elba en 1815, decía Napoleón a sus soldados, “En vuestra ancianidad, rodeados y apreciados de vuestros conciudadanos os escucharán con respeto la narración de vuestras hazañas y podréis decir con orgullo: ¡Yo también formaba parte de aquel gran ejército que franqueó dos veces las murallas de Viena, las de Roma, de Berlín, de Madrid y de Moscú, y que lavó la mancha arrojada sobre París por la traición y la presencia del enemigo!”

Federico II, en 1757, en la batalla de Rossbach, decía al ejército prusiano, “¡Todo lo que tenemos y podemos tener en el mundo está pendiente de la espada que desnudamos para combatir!” Camilo Desmoulins, en su célebre discurso del 12 de Julio de 1789, en París, proclamaba, “¡A las armas! (…) La infame policía está aquí; me mira y me observa atentamente. ¡Sí, yo soy el que llama a sus hermanos a la libertad!” Garibaldi, en 1871, durante la guerra franco-prusiana sentenciaba: “(…) la sangre, las lágrimas y la desesperación de los grandes pueblos engañados han abierto esta nueva era (…)” Breve es el espacio, pero varios los nombres de insignes oradores: Pericles, Cicerón, Lamennais, Mirabeau, Donoso Cortés, Churchill, por citar algunos.

La elocuencia oradora, admirada en el pasado, es hoy tratada con indiferencia, e incluso con desprecio. Hoy, un mundo incrédulo, acaso cínico, produce, como en masa, conferenciantes idénticos. Hablan, ora elementalmente, ora de forma enrevesada. Propondrán cosas distintas, tal vez, pero es difícil saberlo. Sus palabras son los más eficaces somníferos en el mercado.

Los Males de Siempre



Octubre-2006
Se conmemoró muy recientemente el cincuentenario de la revolución de Hungría de 1956. El suceso sonará pretérito y lejano a muchos, y más de un desprevenido lector poco sabrá o querrá saber del histórico hecho, inmerso como estamos todos por estas épocas en las cuestiones propias del final de semestre. La revolución húngara sin embargo, es un ejemplo de la lucha corajuda y orgullosa de un pueblo que se alzó decidido a dar la batalla por la democracia y la libertad, en contra del burdo comunismo y de sus imperialistas ambiciones. Hombres y mujeres, muchos de ellos estudiantes como nosotros, hastiados del vulgar repudio que el totalitario comunismo profesaba por sus más fundamentales derechos, clamaron y lucharon por la libertad que les era negada una y otra vez. Cuánto pudiéramos aprender de tan decidido grupo de gentes, cuando acá en nuestro país, aún padecemos a los pupilos de la cortina de hierro y demás porfiados adeptos del uso de la violencia y la fuerza, enemigos de siempre del proceso democrático y las libertades públicas. Cuánto pudiéramos aprender si, como aquellos insignes rebeldes húngaros, tomáramos conciencia como pueblo de la absoluta necesidad del sistema democrático y de la tajante condena a quienes, con sus totalitarios métodos y retórica, busquen socavarlo.

La revolución de Hungría comenzó el 23 de Octubre de 1956 y terminó el 10 de Noviembre del mismo año, víctima de las tropas y tanques soviéticos, feroces guardianes del abusivo régimen. La AHV, policía de seguridad del estado, perro guardián de los intereses soviéticos en Hungría, asesinó a varios manifestantes de una congregación que esperaba transmitir un mensaje por la radio. Rápidamente, la noticia se esparció por la capital y luego por el país, generando levantamientos en diversos lugares, buscando la instauración de elecciones libres y democráticas. La batalla contra la AHV y las tropas soviéticas que en el país se hallaban, dio con la caída del gobierno y con la formación de uno provisional, que disolvió oficialmente la AHV y anunció sus intenciones de instaurar elecciones libres y de retirarse del Pacto de Varsovia. Para finales de Octubre, la normalidad parecía haber vuelto y la posibilidad de cambio político parecía consolidarse. Pero la Unión Soviética tenía otros planes; el 4 de Noviembre el ejército soviético invadió Hungría, resultando en unos 2,500 revolucionarios muertos, 13,000 heridos, 200,000 refugiados, 26,000 llevados a remedos de juicios, 13,000 condenados a prisión y unos 350 ejecutados. A la fuerza de los ideales de los alzados, se oponía el embate de la maquinaria de guerra soviética, la cual, temerosa de que el ejemplo húngaro se hiciese extensivo a los demás países oprimidos de Europa Oriental, respondió con brutal eficacia. Tendría que aguardar el pueblo húngaro hasta finales de la década del ochenta para dejar atrás el comunismo y saborear las mieles de las elecciones libres, y de un nuevo horizonte en la conformación de su patria.

No son pocas las similitudes de este suceso con nuestro país, a pesar de que a primera vista no lo parezca. En Colombia, la ciudadanía se ve acosada sin tregua por grupos de gentes que, como los gobiernos soviético y comunistas de la cortina de hierro, profesan un total desprecio por la democracia y los derechos humanos, y cuyos violentos e inhumanos métodos, buscan imponer su inclinación totalitaria. Debiera la ciudadanía colombiana, como aquellos valientes alzados húngaros, decir no a los enemigos de la democracia, a aquellos que con violencia desean imponer su pensamiento, desde cualquier orilla ideológica, o que con la fuerza buscan doblegar las instituciones para el provecho de sus designios criminales. O a los que conjugan ambas cosas, que no es situación infrecuente. Es así que, para cuando el estimado lector pueda considerar estas líneas, habrásen cumplido cincuenta años de la revolución húngara, cuyas ideas sin embargo están hoy tan vigentes como antes. Naciones como la nuestra aún están sedientas de democracia y libertad, que las empresas criminales y de insulsa retahíla ideológica no nos permiten. Hoy, como hace cincuenta años lo hicieron los rebeldes húngaros, debemos reclamar el fin del totalitarismo ideológico, que por las armas y el terrorismo busca socavar nuestro bienestar. Hoy, como lo hicieron los estudiantes y las gentes húngaras, debemos condenar la violencia, permitiendo solo al Estado legítimamente constituido el uso de la fuerza. Hoy sin embargo, el reto es deliberar pacíficamente, teniendo como lo tenemos, un gobierno y un Estado que buscan garantizarlo, que debemos buscar consolidar y perfeccionar perpetuamente.

A pesar de su heterogeneidad, -había desde intelectuales hasta sindicalistas- los revolucionarios húngaros tenían una serie de principios sobre los que habían llegado a amplios consensos; la democracia, los derechos humanos, el rechazo al totalitarismo, y a la violencia y la represión para imponer la política. Entonando la llamada “Canción Nacional” o “Nemzeti Dal”, compuesta por Sándor Petőfi durante la revolución de 1848, los alzados húngaros de 1956 cantaban, preguntándose, “¿Seremos esclavos o libres?” La respuesta era contundente “¡Juramos, juramos no ser esclavos, nunca más!” Los pueblos oprimidos por algunos de los males de siempre: el terror, el totalitarismo y las empresas criminales que les buscan denigrar, a tan crucial pregunta deben dar la misma respuesta, resueltos y orgullosos. A aquellos dignos revolucionarios húngaros del ’56, ejemplo de muchos de nosotros, quise rendir humilde homenaje con este sencillo escrito. El heroísmo no es la feliz conjunción entre lo anhelado y el resultado final, sino la valentía y dignidad con que se fragüen y vigorosamente persigan los sueños e ideales. A ellos y a los insignes luchadores por la libertad y la democracia, de ayer y hoy, aquí y en tierras foráneas, un saludo de respeto y recordación.

El mundo de las ideas: Uribe y el Cid Campeador

Abril-2005

Dos momentos con diferencias abismales, de acuerdo. Pero entre uno y otro se encuentran puntos en común asimismo enormes. Eran momentos de grandes tensiones, de problemáticas intrincadas, de afanosa búsqueda por líderes que movilizaren a las masas, inermes y sumidas en la desesperanza. Eran hombres distintos, de acuerdo. Pero ambos habían escalado hasta las posiciones de mando que habían logrado, con fragor e infatigable lucha. Sujetos ambos del señalamiento, pero victoriosos al final, por el compromiso inexorable que sobre sus principios profesaban. Al final, hombres, pero más allá de eso, portavoces de ideas universales, de principios, de ideales de justicia y de equidad profundos, de un ánimo enérgico y decidido, pero igualmente de un carácter sereno y atento.

El gobierno de Uribe es portavoz de un número inmenso de gentes, quienes han visto su desazón convertida en esperanza, su temor convertido en valor y coraje para enfrentar los desafíos de la patria. Como aquel mítico hidalgo, de noble corazón y aguerrido carácter, conocido por todos como el Mio Cid, el presidente de Colombia se ha configurado como forjador de una patria unida, nueva y digna. Tanto Uribe como el Cid empezaron desde abajo. Ya Uribe con apenas el 2% de la intención de voto en las presidenciales y las falsas acusaciones de paramilitar de parte de otro candidato, ya el Cid con el apoyo de sólo sus más cercanos colaboradores al momento de ser desterrado por el Rey don Alfonso VI.

Así pues, desde el inicio se puede ver una similitud grande, que es mayor si evidenciamos las circunstancias históricas que rodearon a uno y otro. La España del Cid estaba desmembrada. Los moros la ocupaban y el caos era generalizado. La Colombia de nuestros tiempos es asimismo una nación desmembrada, por el accionar de los violentos. Así, en uno y otro caso, la cuestión era necesariamente la de recuperar la unidad nacional, libertando en primer lugar el territorio ocupado por el enemigo. El Cid da varias batallas en contra de los moros y a favor del rey, recuperando el territorio e incluso siendo capaz de tomar Valencia:
“A Valencia se encamina y sobre Valencia da.
Bien la cercó Mio Cid ni un resquicio fue a dejar
Vierais allí a Mío Cid arriba y abajo andar.
Un plazo dio por si alguien venirles quiere a ayudar.

Aquel cerco de Valencia nueve meses puesto está
Cuando el décimo llegó la tuvieron que entregar.”
[1]

Por su parte, Uribe comienza su mandato con voluntad firme para defender a sus ciudadanos, bajo el slogan de campaña “Mano firme, Corazón grande”, y enmarcado dentro de la idea de la Seguridad Democrática. Hasta la fecha la suya ha sido asimismo una lucha infatigable pero victoriosa. Si bien queda mucho por hacer, la opinión favorable de las encuestas nos muestra a un Uribe que ha logrado dos cosas fundamentales: ha logrado unir a los colombianos en hacer frente al terrorismo y asimismo ha conseguido triunfos grandes en contra de dicho mal.

Y es que recuperar la unidad territorial es vital. Medios Para la Paz
[2], en informe que recopila el trabajo de ong’s internacionales y nacionales en nuestro país, reseña que las FARC, el ELN y las Autodefensas gastan diariamente 2'300.000 dólares para financiar sus actividades terroristas. Dicha capacidad se ha visto reflejada en un terrorismo que no deja ninguna duda respecto de su carácter ofensivo. Señala el mismo medio que en los últimos 15 años se han desplazado, como consecuencia del conflicto armado, cerca de 1.100.000 niños en todo el país. En efecto, calculan que 217 mil personas se desplazaron solo durante el 2003 como consecuencia del conflicto interno colombiano. En Marzo de 2004 todavía había 5.343 personas secuestradas en el país, muchas de ellas desde la década pasada. Igualmente, 36.910 colombianos han sido recibidos en condición de refugiados en 24 países, según informe divulgado por la oficina de la ONU en Bogotá. En informe publicado el 18 de septiembre de 2003 por Human Rights Watch, se afirma que en Colombia hay más de 11.000 niños combatientes, una de las cifras más altas del mundo. Se estima que unas 9 mil personas mueren anualmente por causas asociadas al conflicto según el Informe Nacional de Desarrollo Humano, de Mayo de 2003; asimismo entre 1996 y 2001, más de un millón de colombianos abandonaron el país y no regresaron. La evidencia empírica, ajena a cualquier retórica de tipo político, nos demuestra un hecho evidente: un terrorismo rampante y a la ofensiva, siendo los colombianos sus afectados directos.

Y es que tanto el llamado “Señor de las Batallas” o Sidi Campeador, como Uribe han sido decididos en un tema tan fundamental como lo es la defensa del pueblo. Se empeñan muchos en ver la problemática de la guerra de manera bipolar, cual si se tratare apenas de elegir entre la paz o la guerra, con el obvio magnetismo que encarna la primera. Pero la problemática colombiana no puede verse de manera tan simple; estamos tratando con grupos que ya están haciendo la guerra y que no decidirán la paz en función de los sentimientos de los colombianos. Por eso considero tan acertada la posición del gobierno, puesto que fortalece las instituciones en defensa del ciudadano y del mandato constitucional que exige la protección de su vida, honra y bienes. Es menester entender que el gobierno de Uribe no es de ninguna manera aliado de la guerra; por el contrario, cumple con el mandato constitucional que le obliga a proteger a los colombianos, cuestión que debería ser axioma de cualquier gobierno, que debe hacer de este un punto vital de su administración. Así pues, me desconcierta que se predique del gobierno de Uribe su naturaleza intrínsecamente guerrerista. Existe una obligación, decididamente ineludible, cual es la protección de los colombianos; la paz es naturalmente un objetivo esencial, pero no se logra descartando la protección de la ciudadanía. Se dice que la solución al conflicto no debe ser meramente militar; estoy de acuerdo puesto que se trata también de recuperar la legitimidad institucional en territorios alejados. Anotemos, claro está, la restricción presupuestal inherente a países como el nuestro y la inevitable presencia militar como punto de partida para cualquier política social, para impedir la cooptación, por parte de los grupos ilegales, de los recursos que a esta se destinen. A la manera del “Señor de las Batallas”, Uribe ha partido desde los más básico: la recuperación de la unidad nacional, como axioma ineludible de su proyecto.

Pero las similitudes entre el Cid y nuestro Presidente trascienden de las mencionadas, que muchos llamarían meramente coyunturales. El punto vital que une a uno y otro es la recuperación del que yo llamaría, el mundo de las ideas. “El poema en cuestión [El Cantar de Mio Cid] nos presenta al Cid como cristiano fervoroso que acata siempre la voluntad divina; como héroe en quien se concentran todo el valor y todo el estoicismo español; (…) es pues Ruy Díaz de Vivar, algo así como una encarnación gloriosa de todo cuanto hay en la nación española de más noble y más típico (….) no es, en consecuencia, un simple poema épico: es una epopeya. La epopeya española.”
[3] Así las cosas, El Cid, es, si se quiere, réplica del conjunto de valores propios a la nacionalidad española.

Pues bien, así también con el presidente. En efecto, de este hay que reseñar, por ejemplo, su gran amor por el trabajo, que se ve evidenciado en las largas jornadas de consejos comunales. Igualmente, en uno y otro concurre una fe enorme. Ya hemos oído a Uribe encomendar al país a Dios reseñando así la grande importancia de lo divino, como quiera que tiene indudable primacía sobre lo humano. El presidente asimismo enfatiza el rol vital de la familia, como forjadora del país, resaltando así la que es, sin duda, la más vital de las instituciones colombianas. En palabras pronunciadas ante la Misión Carismática Internacional Uribe decía: “Y otro motivo de gratitud: ustedes son un ejemplo moral, un ejemplo de ética. Ustedes practican como predican. Ustedes predican como viven. Ustedes tienen un gran liderazgo moral y ético porque ustedes tienen coherencia entre lo que dicen y la manera como proceden: como proceden en el estudio, en el trabajo, en la política, en las relaciones de familia, en las relaciones de grupo. Ustedes nos dan un gran ejemplo de coherencia, de moral, porque son fieles a sus convicciones. Y nos dan ejemplo de ética porque utilizan estas convicciones para servir al prójimo, para servir a Colombia.” [4] Nótese pues ese énfasis en cuestiones puntuales, que llamaría propias de la “colombianidad”. Sin hacer hincapié en una u otra religión, el discurso pronunciado muestra de manera evidente este ensalzamiento de principios básicos, propios a la “colombianidad”, a los que Uribe hace referencia constante.

A pesar de la falibilidad propia del ser humano, tanto el Cid como Uribe logran emprender una búsqueda trascendente, por ideas universales, respuestas éstas a las problemáticas de sus tiempos y, en suma, respuestas a las problemáticas propias de los grupos sociales. “En el Poema, los dolores se convierten en gozos, los rigores en glorias y triunfos; lo que no ocurre jamás es que lo malo e convierta en bueno.”
[5] En efecto, el punto más vital, a mi parecer, en uno y otro personaje es esa búsqueda por valores universales, no por ello excluyentes, sino punto de partida para una vida mejor. Y es que tanto el Cid, en su lucha, buscó que sus valores fueran punto de partida para cualquier otra idea que surgiera, así también Uribe ha logrado que su programa se cimiente en unos ejes muy puntuales, trascendentes, pero no por ello excluyentes. Ideales estos que se han visto consignados a lo largo del gobierno; seguridad, estabilidad económica, comercio. Y es que es una vuelta al mundo de las ideas puesto que son estas las que realmente garantizarán una vida digna a los colombianos en el futuro. La demagogia y el populismo han, evidentemente, perdido terreno. Así, para finalizar, hemos visto la coincidencia de uno y otro personaje en cuestiones tales como su deseo por recuperar la integridad del territorio pero igualmente he dado cuenta de la similitud en términos de principios de uno y u otro. Tanto el Cid como Uribe son patriotas y ya al segundo se le dan características místicas propias del primero. En fin, es lo que pasa con los héroes.


[1] Anonimo, Poema de Mio Cid, Bedout, Medellín, 1981, Pág. 59
[2] MPP, Medios para la Paz,
http://www.mediosparalapaz.org/,
[3] Nicolás Bayona Posada, Historia de la Literatura Universal, Editorial Voluntad Ltda., Bogotá, 1963. Pág. 14
[4] PALABRAS DEL PRESIDENTE ALVARO URIBE VELEZ DURANTE LA CONVENCION INTERNACIONAL DE LA MISION CARISMÁTICA http://www.presidencia.gov.co/discursos/2004/enero/mision_carismatica.htm
[5] Cesáreo Bandera Gómez, El Poema de Mio Cid: Poesía, Historia, Mito, Biblioteca Románica Hispánica, Editorial Gredos S.A, Madrid, 1969, 42

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Bibliografía
Anonimo, Poema de Mio Cid, Bedout, Medellín. 1981

Nicolás Bayona Posada, Historia de la Literatura Universal, Editorial Voluntad Ltda., Bogotá, 1963.

Cesáreo Bandera Gómez, El Poema de Mio Cid: Poesía, Historia, Mito, Biblioteca Románica Hispánica, Editorial Gredos S.A, Madrid, 1969.

Direcciones Web
MPP, Medios para la Paz,
http://www.mediosparalapaz.org/
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PALABRAS DEL PRESIDENTE ALVARO URIBE VELEZ http://www.presidencia.gov.co/discursos/2004/enero/mision_carismatica.htm

Camaleónica Ideología

26-Julio-2006
Con grande curiosidad y no menor inquietud, observé como los que se decían fieles escuderos del actual gobierno, amenazaron disolver la coalición legislativa, nuevos amigos de los que antes eran sus enconados adversarios. Refiérome a Germán Vargas Lleras y a los parlamentarios de Cambio Radical. Pareciera no hacer referencia el nombre de su combativo partido al deseo de romper con la añeja y rancia política, sino a una predisposición más bien errática de impredecible accionar. Pero no es justa la crítica únicamente al rebelde partido, que la gula burocrática no es propia solamente a estos. En efecto, no fue con accionar equitativo y sereno con el que el resto de la bancada de gobierno actuó, y sus apetito desmedido ocasionó también la compleja y embarazosa situación.

Son varios los hechos y situaciones que dan relevancia a este suceso, que me inspira algunas reflexiones. En primera, la sencilla observación que muchos hacen: de tener una clara ideología, Vargas Lleras y Cambio Radical están dispuestos a sacrificarla con prontitud, en aras de una más satisfactoria repartición burocrática. Pareciera pues, que no son estos los fieles integrantes de la coalición gobiernista que antes creíamos. Ésta, por su parte, se evidencia frágil en extremo, pues pareciera detentar mayor poder la simple aritmética burocrática que la cohesión ideológica; situación que se hace extensiva a los diversos partidos que la integran. Se evidencia por tanto que más de un “uribista” no lo es en función primordialmente ideológica, sino circunstancial. Triste realidad que tomará forma definitiva al final del mandato presidencial que comienza.

De la crisis sin embargo, se extraen ejemplos varios de constantes dentro de la vida política nacional, al menos de mi tiempo. En primera, pesa más en Colombia el apetito burocrático que el compromiso ideológico. Por tanto, las alianzas son más bien situaciones espontáneas y circunstanciales y es por eso que muchos de aquellos que hoy se dicen “uribistas” antes eran firmes militantes de las más diversas tendencias. Y la historia se repite incesantemente, pues la camaleónica ideología pareciera ser pieza vital de incontables políticos. En segunda, se evidencia que en Colombia estamos lejos de procedimientos tendientes a paliar, al menos, el desaforado desorden que la repartición burocrática propicia. Problema este que aparece grandemente idealista de buscar resolver. Intrínseco es a la política el problema burocrático; perjudicial es que este se convierta en la primera y más importante consideración de ésta, donde el mérito y el justo procedimiento se vean relegados por la voracidad de algunos.

La política pues, está dominada de manera grande por la indefinición ideológica, por la apariencia. Muchos se dicen hoy “uribistas”, sin saber realmente qué implica este término. Para aquellos de nosotros, que como el Presidente creemos firmemente en la necesidad de un Estado pluralista, eficiente, libre de corrupción y de terrorismo, de una política económica que fomente el libre comercio y la productividad, de un juicioso manejo fiscal, entre tantas otras cosas, queremos un apoyo de fondo y no meramente de forma. Queremos firmeza ideológica y no oportunismo circunstancial y burocrático. En Colombia, donde la ideología política se construye alrededor de personalidades, bien vale la pena revisar cuál es, realmente, la ideología proclamada, y especialmente, aplicada, no solo por la susodicha figura, sino por sus seguidores. En efecto, creo yo que el “uribismo” se inserta dentro de una doctrina política y económica más amplia y con nombre propio, que defiendo, pero que por motivos de espacio no puedo exponer en esta oportunidad. ¿Cuántos de los actuales “uribistas” creen realmente en esta visión política? Muchos se han plegado al éxito del Presidente pero, ¿cuántos de éstos le seguirían si comenzare a caer en las encuestas?

La indefinición ideológica, sin embargo, no es exclusiva a algunos miembros de las toldas “uribistas”. Pareciera que en política, y en política colombiana, evidenciando la superficialidad con que grandes porciones del electorado reciben el mensaje, muchos tienden a la indefinición ideológica y a la construcción de fachadas amables para con la opinión pública. Considero que esta es en gran medida la explicación por la que tantos y tantas se presentan como de izquierda (o, mejor aún, de centro), independientes, propendiendo por la tan mentada “tercera vía” y demócratas, entre otras cosas. Y nada de malo tiene esto, pues muchos de los tan populares conceptos son loables y necesarios. A pesar de ello, es usual que dicho prontuario ideológico sea ambiguo y ampliamente flexible. Es así que éste se usa generalmente como herramienta mediática, aplicado con frugalidad en la práctica, donde la flexibilidad se convierte en la regla.

Las pasadas elecciones mostraron la fuerza ascendente de una izquierda sofista y de hipnotizante retórica y el Liberalismo, en su continuada búsqueda de un estado benefactor y socialdemócrata, está ansioso de nuevas batallas, a pesar de su vetusta propuesta. Según Maquiavelo, el pueblo “ve lo que parece ser; pero poco comprende lo que eres realmente.” Los camaleónicos políticos parecieran seguir el consejo, aunque tal vez tampoco comprendan lo que ellos son, obnubilados por el deseo de dominación burocrática y de la consecución del Poder. Naturalmente, algunos de ellos tal vez tampoco hayan leído a Maquiavelo, lo que habla mal de su conocimiento de la teoría política, pero decididamente bien del aprendizaje empírico de retórica y artimañas.