miércoles, 12 de septiembre de 2007

Momento de Decidir

Agosto-2007
Se avecinan elecciones y la coyuntura es propicia para sugerir algunas reflexiones acerca del panorama político actual, en lo que a los partidos políticos se refiere.

Si en política colombiana primara la verdad, llamaríamos las cosas por su verdadero nombre. Renunciaríamos a llamar liberal al partido que por este nombre hoy se denomina y pasaría a conocerse mas bien como partido socialista colombiano o cuando menos socialdemócrata. Y no lo digo con menosprecio o burla; llamemos a las cosas por su nombre y liberal, liberal, no es un partido que arma pataleta y no vota afirmativamente un tratado de libre comercio con el más grande mercado del mundo. Pareciera sufrir de amnesia el que otrora se presentara como el partido abanderado de la libertad comercial. Si algo de sentido común hubiese también, el Partido Conservador empezaría por dejar tan insípido nombre en los anaqueles de su historia, renovándose para emprender la conquista del poder público. El partido de la U y Cambio Radical, por ejemplo, tienen cuando menos esa imagen de renovación que asiste a los nuevos partidos, a pesar de las problemáticas internas que puedan tener.

Las cosas no discurren generalmente por el sendero de lo ideal y debo decir que sí hallo en el país una tensión entre dos grandes modelos, sobre los que es necesario pronunciarse. Tal confrontación la vemos naturalmente en nuestra capital y es mucho lo que podemos ganar o perder. Está el Polo Democrático, o la confederación heterogénea y explosiva que lo compone: un proyecto que aún enmarca sus tesis dentro de una lógica de guerra fría, que apoya el fascismo chavista, que no tiene la seguridad como una de sus prioridades, que no comprende que la justicia social se logra siendo competitivos y aprovechando la globalización, un partido que aglutina a la gente por estar “contra” algo o alguien. Lamentable que el Partido Liberal tome también este camino. Menester es votar por fuerzas políticas que defiendan proyectos modernos y diferentes a este. En Bogotá evidenciamos esta tensión y perjudicial sería que el Polo saliere triunfante.

Pero de lo que se trata este escrito es fundamentalmente de anotar que hace falta la creación de un nuevo partido en Colombia. Un partido que retorne la dignidad a la política al asumir un compromiso ético firme, contra la corrupción y las mañas que ensombrecen a las instituciones. Que sea firme frente al terrorismo y las mafias, vengan éstas de donde vengan. Que promueva la competitividad, el aprovechamiento de la globalización, el libre mercado como medio para privilegiar a los más pobres. En suma, un partido comprometido con la libertad, la dignidad humana y defensor de la democracia liberal, que ocupe el centro político, un partido genuinamente moderno y popular. Y si el perspicaz lector algo familiarizado está con la política de la península ibérica, sabrá a qué tipo de partido me refiero y qué nombre le daría. Momento es entonces de decidir en las elecciones qué modelo queremos, pero de pensar también en nuevos horizontes para la política colombiana y el país.

Los enemigos de la paz

Agosto-2007
Repudio total el que nos causó a los incondicionales de la democracia y la libertad el asesinato de los once diputados a manos de las farc. Repudiables también las declaraciones de ciertas personas y grupos en relación con el hecho, muestras estas, en el mejor de los casos, de irredimible cretinismo político; en el peor, de cobardía y encubierta enemistad con la democracia liberal y la República.

El Polo Democrático esgrime un pusilánime comunicado; el expresidente Samper declara en semana.com que el acuerdo humanitario no debe tener en cuenta estas “coyunturas”; el grupillo timorato de columnistas de siempre (Felipe Zuleta et al) propone ridículas insinuaciones que no hacen más que legitimar el terrorismo; la directora de País Libre afirma que la situación se aconteció por la “radicalidad” de Uribe. No extraña, sin embargo, este comportamiento. Hace poco leíamos una tibia cartita de algunos “intelectuales” colombianos, lamentándose por la situación del país y asignando iguales responsabilidades al hampa guerrillera y al gobierno democrático. No extraña, pero no deja de ser cuando menos curiosa tal asimilación. Granda, tostándose bajo el sol caribeño e hinchándose de mojitos, lanzará algunos vivas a su adusta y falsa “revolución”. Y el gobierno será, equivocadamente, tenido por algunos como el responsable, aunque la culpa de las farc se vea con claridad.

En lúcido escrito de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) de España, Valentí Puig reúne un grupo de autores en torno a un concepto que encuentro ampliamente relevante con la situación colombiana: el buenismo político. Dice Puig: “El ‘buenismo’ es mucho más pasivo, (…) [es] frotar espaldas de aliados y adversarios (…) el buenismo lo nivela todo, todo merece la misma compasión, el mismo sentimiento, todo ‘preocupa’, ‘inquieta’. Ese sentirse preocupado e inquieto exime de la necesidad de hacer algo. La reacción emotiva sustituye la acción, por un efecto de desplazamiento narcisista.” Miquel Porta, en la misma publicación, anota que el “buenismo” trata de buscar una falsa paz al subyugar la libertad y la vida digna a esta, quiere imposibilitar la distinción entre guerra justa e injusta, propone la paz a cualquier precio sin importar la agresión del enemigo, y en su conformismo pacifista conduce a la ética del esclavo, sumiso y temeroso de la iracundia de su maestro.

Es imperativo entender que la República y democracia colombiana es legítima; que el narcoterrorismo no lo es y que el progreso depende ampliamente de la firmeza contra éste. El primer enemigo de la paz perdurable es el terrorismo. Aquellos que con sus tímidas maneras no lo condenan, permiten su fortalecimiento; esta inmoral cobardía permite que los terroristas roben, ultrajen y maten a los más humildes. No se queje aquella indiferente élite cuando las nuevas generaciones de colombianos les reclamen su miedo; cuando les ajusten el título de enemigos de la paz también. La auténtica revolución social del siglo XXI es democrática y antiterrorista. La “revolución” de las farc no es tal; es una empresa criminal y fascista. Sí, fascista, aunque nuestros insidiosos “intelectuales” jamás hayan leído a Hayek; y los verdugos en sus guaridas solo se aficionen por los estados contables de su depredación.