domingo, 14 de septiembre de 2008

¿Quién le teme al Partido Conservador?

Mayo-2008
Nadie teme al Partido Conservador. O acaso se puede obviar que la supervivencia de éste se debe no tanto a su remozada reputación, como a la alta popularidad del presidente, con quien, felizmente, se halla en coalición. El Partido Conservador poco o nada tiene que decirle a los jóvenes, su fuerza en las grandes ciudades mengua por minuto y las opciones de poder de éste son, seamos serios, virtualmente nulas.

O tal vez son muchos quienes le temen, que la imagen de un partido de terratenientes y jefes cachacos y centenarios, reunidos en torno a la chimenea de un club social, tomando whiskey e imperturbables ante la acuciante realidad nacional pervive en el imaginario del colombiano promedio. Es mucho lo que hay que temerle a un partido que se juzga dirigido por figuras tan poco admirables.

El conservatismo se regodea con los recuerdos de glorias pasadas, impávido frente a su decaída popularidad, por lo que ante el fortalecimiento de un bloque liberal-polo y la desaparición de los coyunturales partidos uribistas, sólo queda preguntarnos ¿quién podrá defendernos? Si el partido no renueva su andar, tanto en la forma como en el fondo, sucumbirá ante los desafíos que se avecinan.

Cambios de forma: vender la pavorosa casona desde donde despacha en Teusaquillo y conseguir un nuevo y más moderno lugar, cambiar el color por un azul más claro y amigable, cambiar el nombre, que será este partido el único, junto con los Tories ingleses, que se hace llamar “conservador” con todo lo que este arcaico y deslucido mote trae consigo. (Se atreve este periódico a sugerir el nombre “Partido Colombiano”, que además permitiría usar la “C” que tanto ha identificado al conservatismo de tiempo atrás).

Debe el partido emprender una vigorosa campaña de comunicaciones y publicidad, que muestre a la ciudadanía y a los jóvenes una imagen renovada. Para comunicarse con la juventud hay que usar modernas estrategias: el ‘culture jam’, la ‘guerrilla communication’, y en general las nuevas formas de comunicación deben ser usadas, pues se debe disputar el voto joven con los partidos de izquierda usando sus mismos métodos de comunicación. Se trata de volver el Partido Conservador atractivo a los jóvenes y, para usar un manido y hasta cursi término, hay que volverlo cool. Esto sin olvidar que han de segmentarse las estrategias de comunicación y captación electoral para cada sector poblacional: no es lo mismo hablarle a jóvenes universitarios que al campesinado, y este periódico sabe que en el campo hay formas más tradicionales de hacer las cosas, que además funcionan.

Cambios de fondo: Pervive dentro de la colectividad una rancia oposición a la igualdad de derechos; más de un miembro pareciera soñar aún con deshacer la Ilustración en nombre del ‘Trono y el Altar’, a la manera de Franco, para usar palabras de Allan Bloom. Otros defienden un ridículo sentimiento aristocrático, derrotado, como el mismo Bloom lo recuerda, en 1945. No son pocos los miembros de las Nuevas Generaciones del partido, de camisa con cuello abotonado, que aún vociferan por un lejano y obsoleto ideario. Defenderían la monarquía hereditaria y el poder papal si pudieran. Deben recordar estos fogosos jóvenes que para convencer a un electorado es imprescindible que su estampa y maneras no causen risa. Mucho menos repulsión.

Si el Partido Conservador ha de sobrevivir y acrecentar sus dimensiones debe defender los valores modernos de la Ilustración. En términos prácticos esto significa la defensa de la libertad en todas sus formas (empezando por la económica) y de la igualdad de oportunidades y derechos a la manera de Friedman. El gobierno limitado, al servicio del individuo, es el único sistema compatible con los mencionados presupuestos modernos.

La defensa de los derechos humanos y de la dignidad humana debe ser el discurso ético que reemplace la divisoria doctrina católica; el partido debe entender que ha de confiar en la gente y en la libertad de éstos para decidir el rumbo de sus vidas. No se es más católico ni más virtuoso buscando que el aparato estatal promueva el sentimiento religioso, antes bien, el camino de la fe y la virtud siempre será solitario e individual. Finalmente, la defensa nacional frente a los enemigos foráneos e internos debe ser promovida, a través del fortalecimiento de las fuerzas armadas y de policía.

Si el partido se empecina en conservar su actual apariencia monacal, excluyente y premoderna, será derrotado estruendosamente en el futuro, y el izquierdismo, demagogo y sofista pero astuto, deshará, regocijado, los progresos de los seis últimos años de gobierno.

La Fuerza de la Identidad

Febrero-2008
Mark Steyn, columnista de la revista canadiense Maclean’s, escribió a finales de 2006 un artículo advirtiendo del riesgo que representan los países árabes para las democracias occidentales. Argüía que a mediados del siglo XXI la población árabe mundial sobrepasará de tal manera a la europea, que es enteramente factible que el viejo continente se vea convertido en una ‘Eurabia’ donde la sharia y la jihad tomen inercia irrefrenable. Las predicciones hacen parte de su bestseller, ‘America Alone: The End Of The World As We Know It’.

Escandalizados por el escrito, estudiantes de derecho de Toronto, llevaron el tema, junto con el Congreso Islámico Canadiense, a la Comisión Canadiense de Derechos Humanos, órgano sui generis en el sistema legal de ese país cuyo objetivo ha sido el de conocer de discriminaciones por raza o género, con bastante más laxitud para el demandante que la exigida por el sistema ordinario. Según The Economist, argumentaban que el escrito de Steyn atentaba contra la dignidad de los musulmanes y su autoestima. El proceso judicial está en curso.

El caso de Steyn no puede verse de manera aislada. Este es bastante revelador, no solo de Canadá, sino del estado de postración en que se encuentra Occidente para afirmar sus valores y defender su cultura.

En efecto, ha surgido desde la posguerra un paradigma intelectual de honda repercusión para la vida y salud de las democracias occidentales: el relativismo. Sus profetas: Nietzche, Foucault, Derrida, Heidegger, Marcuse, Freud, Baudrillard, Debord. Su credo: que los valores de la Ilustración, la democracia liberal, el capitalismo, la Razón misma, están viciados y son además indefendibles frente a culturas distintas; que el nihilismo y la tolerancia frente a todo son los únicos valores morales y éticos sostenibles. Sus tropas de asalto hoy: los movimientos antiglobalización, el liberalismo moderno (que no el liberalismo clásico), el izquierdismo de todas las pelambres, el feminismo radical. Sus ídolos y mártires modernos: Kurt Cobain, Ted Kaczynski, Mumia Abu Jamal, Noam Chomsky, Bob Dylan, el subcomandante Marcos. Sus enemigos: los padres del liberalismo clásico, los ‘founding fathers’ de EEUU, Friedman, Hayek, von Mises, Thatcher, Reagan. Su fecha sacra: Mayo de 1968. Sus beneficiarios: entre otros, el islamismo jihadista.

Es así como se llega al caso de, por ejemplo, Mark Steyn; sus opiniones, ajenas al paradigma relativista, se atacan no porque estén equivocadas, sino porque son políticamente incorrectas, indeseables y porque se les percibe como reproductoras de paradigmas violentos y excluyentes. Absurdo que se recurra a las instancias legales para controvertir a un escritor, pero a esos extremos nos lleva la poderosa influencia del relativismo, presente en la política, las artes, la cultura y demás ámbitos de la vida.

También en Colombia sufrimos el embate del poderoso paradigma. Nuestra democracia liberal es atacada por terroristas marxistas, de violencia incomparable. Rufianes que odian nuestros valores, todo lo que la República misma representa, que se financian con la droga y el secuestro. Además de ellos, criminales diversos socavan la institucionalidad, sean estos delincuentes comunes o el violento remanente de la barbarie feudalista-paramilitar. Aún así, las élites intelectuales colombianas no responden. Se enfrascan en delirante combate contra el Presidente e insisten, humillándose, en ceder al terrorismo, una vez y cuantas sea necesario. No extraña este comportamiento. Colombia no estaría en el lugar que está hoy si su intelligentsia hubiese tenido valores democráticos firmes a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y no la pusilánime tolerancia frente a quienes siempre quisieron destruirnos: ELN, FARC, M19, narcotráfico, paramilitarismo y demás organizaciones ilegales.

Esta tolerancia patética achacó siempre las culpas de la situación colombiana a la institucionalidad, sin plantear reformas dentro del sistema, ensalzando la ilegalidad y siendo permisivos en extremo con ésta. Un gesto tan humillante como explicativo es el despeje de Pastrana. Hoy el ardor a favor de un acuerdo humanitario, con despeje y concesiones ad infinitum, demuestran la sumisión de nuestra democracia; actos de esta índole han humillado y humillarían el talante libre y digno de todo el país.

La juventud colombiana, sin embargo, muestra señales de vida. La marcha contra las FARC del 4 de Febrero, mostró a una juventud hastiada de la violencia para imponer fines políticos y orgullosa de su democracia. Debemos caminar en esa dirección. Desde estas páginas continuaremos promoviendo la razón, la libertad, el capitalismo, la dignidad humana y la defensa contra los tiranos y terroristas. Sin temor o pena, ni escepticismo perezoso seguiremos promoviendo nuestros valores occidentales, defendiendo, en palabras de Marcello Pera, el derecho a ser nosotros mismos, con la fuerza de nuestra identidad.