domingo, 14 de septiembre de 2008

La Fuerza de la Identidad

Febrero-2008
Mark Steyn, columnista de la revista canadiense Maclean’s, escribió a finales de 2006 un artículo advirtiendo del riesgo que representan los países árabes para las democracias occidentales. Argüía que a mediados del siglo XXI la población árabe mundial sobrepasará de tal manera a la europea, que es enteramente factible que el viejo continente se vea convertido en una ‘Eurabia’ donde la sharia y la jihad tomen inercia irrefrenable. Las predicciones hacen parte de su bestseller, ‘America Alone: The End Of The World As We Know It’.

Escandalizados por el escrito, estudiantes de derecho de Toronto, llevaron el tema, junto con el Congreso Islámico Canadiense, a la Comisión Canadiense de Derechos Humanos, órgano sui generis en el sistema legal de ese país cuyo objetivo ha sido el de conocer de discriminaciones por raza o género, con bastante más laxitud para el demandante que la exigida por el sistema ordinario. Según The Economist, argumentaban que el escrito de Steyn atentaba contra la dignidad de los musulmanes y su autoestima. El proceso judicial está en curso.

El caso de Steyn no puede verse de manera aislada. Este es bastante revelador, no solo de Canadá, sino del estado de postración en que se encuentra Occidente para afirmar sus valores y defender su cultura.

En efecto, ha surgido desde la posguerra un paradigma intelectual de honda repercusión para la vida y salud de las democracias occidentales: el relativismo. Sus profetas: Nietzche, Foucault, Derrida, Heidegger, Marcuse, Freud, Baudrillard, Debord. Su credo: que los valores de la Ilustración, la democracia liberal, el capitalismo, la Razón misma, están viciados y son además indefendibles frente a culturas distintas; que el nihilismo y la tolerancia frente a todo son los únicos valores morales y éticos sostenibles. Sus tropas de asalto hoy: los movimientos antiglobalización, el liberalismo moderno (que no el liberalismo clásico), el izquierdismo de todas las pelambres, el feminismo radical. Sus ídolos y mártires modernos: Kurt Cobain, Ted Kaczynski, Mumia Abu Jamal, Noam Chomsky, Bob Dylan, el subcomandante Marcos. Sus enemigos: los padres del liberalismo clásico, los ‘founding fathers’ de EEUU, Friedman, Hayek, von Mises, Thatcher, Reagan. Su fecha sacra: Mayo de 1968. Sus beneficiarios: entre otros, el islamismo jihadista.

Es así como se llega al caso de, por ejemplo, Mark Steyn; sus opiniones, ajenas al paradigma relativista, se atacan no porque estén equivocadas, sino porque son políticamente incorrectas, indeseables y porque se les percibe como reproductoras de paradigmas violentos y excluyentes. Absurdo que se recurra a las instancias legales para controvertir a un escritor, pero a esos extremos nos lleva la poderosa influencia del relativismo, presente en la política, las artes, la cultura y demás ámbitos de la vida.

También en Colombia sufrimos el embate del poderoso paradigma. Nuestra democracia liberal es atacada por terroristas marxistas, de violencia incomparable. Rufianes que odian nuestros valores, todo lo que la República misma representa, que se financian con la droga y el secuestro. Además de ellos, criminales diversos socavan la institucionalidad, sean estos delincuentes comunes o el violento remanente de la barbarie feudalista-paramilitar. Aún así, las élites intelectuales colombianas no responden. Se enfrascan en delirante combate contra el Presidente e insisten, humillándose, en ceder al terrorismo, una vez y cuantas sea necesario. No extraña este comportamiento. Colombia no estaría en el lugar que está hoy si su intelligentsia hubiese tenido valores democráticos firmes a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y no la pusilánime tolerancia frente a quienes siempre quisieron destruirnos: ELN, FARC, M19, narcotráfico, paramilitarismo y demás organizaciones ilegales.

Esta tolerancia patética achacó siempre las culpas de la situación colombiana a la institucionalidad, sin plantear reformas dentro del sistema, ensalzando la ilegalidad y siendo permisivos en extremo con ésta. Un gesto tan humillante como explicativo es el despeje de Pastrana. Hoy el ardor a favor de un acuerdo humanitario, con despeje y concesiones ad infinitum, demuestran la sumisión de nuestra democracia; actos de esta índole han humillado y humillarían el talante libre y digno de todo el país.

La juventud colombiana, sin embargo, muestra señales de vida. La marcha contra las FARC del 4 de Febrero, mostró a una juventud hastiada de la violencia para imponer fines políticos y orgullosa de su democracia. Debemos caminar en esa dirección. Desde estas páginas continuaremos promoviendo la razón, la libertad, el capitalismo, la dignidad humana y la defensa contra los tiranos y terroristas. Sin temor o pena, ni escepticismo perezoso seguiremos promoviendo nuestros valores occidentales, defendiendo, en palabras de Marcello Pera, el derecho a ser nosotros mismos, con la fuerza de nuestra identidad.