domingo, 14 de septiembre de 2008

¿Quién le teme al Partido Conservador?

Mayo-2008
Nadie teme al Partido Conservador. O acaso se puede obviar que la supervivencia de éste se debe no tanto a su remozada reputación, como a la alta popularidad del presidente, con quien, felizmente, se halla en coalición. El Partido Conservador poco o nada tiene que decirle a los jóvenes, su fuerza en las grandes ciudades mengua por minuto y las opciones de poder de éste son, seamos serios, virtualmente nulas.

O tal vez son muchos quienes le temen, que la imagen de un partido de terratenientes y jefes cachacos y centenarios, reunidos en torno a la chimenea de un club social, tomando whiskey e imperturbables ante la acuciante realidad nacional pervive en el imaginario del colombiano promedio. Es mucho lo que hay que temerle a un partido que se juzga dirigido por figuras tan poco admirables.

El conservatismo se regodea con los recuerdos de glorias pasadas, impávido frente a su decaída popularidad, por lo que ante el fortalecimiento de un bloque liberal-polo y la desaparición de los coyunturales partidos uribistas, sólo queda preguntarnos ¿quién podrá defendernos? Si el partido no renueva su andar, tanto en la forma como en el fondo, sucumbirá ante los desafíos que se avecinan.

Cambios de forma: vender la pavorosa casona desde donde despacha en Teusaquillo y conseguir un nuevo y más moderno lugar, cambiar el color por un azul más claro y amigable, cambiar el nombre, que será este partido el único, junto con los Tories ingleses, que se hace llamar “conservador” con todo lo que este arcaico y deslucido mote trae consigo. (Se atreve este periódico a sugerir el nombre “Partido Colombiano”, que además permitiría usar la “C” que tanto ha identificado al conservatismo de tiempo atrás).

Debe el partido emprender una vigorosa campaña de comunicaciones y publicidad, que muestre a la ciudadanía y a los jóvenes una imagen renovada. Para comunicarse con la juventud hay que usar modernas estrategias: el ‘culture jam’, la ‘guerrilla communication’, y en general las nuevas formas de comunicación deben ser usadas, pues se debe disputar el voto joven con los partidos de izquierda usando sus mismos métodos de comunicación. Se trata de volver el Partido Conservador atractivo a los jóvenes y, para usar un manido y hasta cursi término, hay que volverlo cool. Esto sin olvidar que han de segmentarse las estrategias de comunicación y captación electoral para cada sector poblacional: no es lo mismo hablarle a jóvenes universitarios que al campesinado, y este periódico sabe que en el campo hay formas más tradicionales de hacer las cosas, que además funcionan.

Cambios de fondo: Pervive dentro de la colectividad una rancia oposición a la igualdad de derechos; más de un miembro pareciera soñar aún con deshacer la Ilustración en nombre del ‘Trono y el Altar’, a la manera de Franco, para usar palabras de Allan Bloom. Otros defienden un ridículo sentimiento aristocrático, derrotado, como el mismo Bloom lo recuerda, en 1945. No son pocos los miembros de las Nuevas Generaciones del partido, de camisa con cuello abotonado, que aún vociferan por un lejano y obsoleto ideario. Defenderían la monarquía hereditaria y el poder papal si pudieran. Deben recordar estos fogosos jóvenes que para convencer a un electorado es imprescindible que su estampa y maneras no causen risa. Mucho menos repulsión.

Si el Partido Conservador ha de sobrevivir y acrecentar sus dimensiones debe defender los valores modernos de la Ilustración. En términos prácticos esto significa la defensa de la libertad en todas sus formas (empezando por la económica) y de la igualdad de oportunidades y derechos a la manera de Friedman. El gobierno limitado, al servicio del individuo, es el único sistema compatible con los mencionados presupuestos modernos.

La defensa de los derechos humanos y de la dignidad humana debe ser el discurso ético que reemplace la divisoria doctrina católica; el partido debe entender que ha de confiar en la gente y en la libertad de éstos para decidir el rumbo de sus vidas. No se es más católico ni más virtuoso buscando que el aparato estatal promueva el sentimiento religioso, antes bien, el camino de la fe y la virtud siempre será solitario e individual. Finalmente, la defensa nacional frente a los enemigos foráneos e internos debe ser promovida, a través del fortalecimiento de las fuerzas armadas y de policía.

Si el partido se empecina en conservar su actual apariencia monacal, excluyente y premoderna, será derrotado estruendosamente en el futuro, y el izquierdismo, demagogo y sofista pero astuto, deshará, regocijado, los progresos de los seis últimos años de gobierno.

La Fuerza de la Identidad

Febrero-2008
Mark Steyn, columnista de la revista canadiense Maclean’s, escribió a finales de 2006 un artículo advirtiendo del riesgo que representan los países árabes para las democracias occidentales. Argüía que a mediados del siglo XXI la población árabe mundial sobrepasará de tal manera a la europea, que es enteramente factible que el viejo continente se vea convertido en una ‘Eurabia’ donde la sharia y la jihad tomen inercia irrefrenable. Las predicciones hacen parte de su bestseller, ‘America Alone: The End Of The World As We Know It’.

Escandalizados por el escrito, estudiantes de derecho de Toronto, llevaron el tema, junto con el Congreso Islámico Canadiense, a la Comisión Canadiense de Derechos Humanos, órgano sui generis en el sistema legal de ese país cuyo objetivo ha sido el de conocer de discriminaciones por raza o género, con bastante más laxitud para el demandante que la exigida por el sistema ordinario. Según The Economist, argumentaban que el escrito de Steyn atentaba contra la dignidad de los musulmanes y su autoestima. El proceso judicial está en curso.

El caso de Steyn no puede verse de manera aislada. Este es bastante revelador, no solo de Canadá, sino del estado de postración en que se encuentra Occidente para afirmar sus valores y defender su cultura.

En efecto, ha surgido desde la posguerra un paradigma intelectual de honda repercusión para la vida y salud de las democracias occidentales: el relativismo. Sus profetas: Nietzche, Foucault, Derrida, Heidegger, Marcuse, Freud, Baudrillard, Debord. Su credo: que los valores de la Ilustración, la democracia liberal, el capitalismo, la Razón misma, están viciados y son además indefendibles frente a culturas distintas; que el nihilismo y la tolerancia frente a todo son los únicos valores morales y éticos sostenibles. Sus tropas de asalto hoy: los movimientos antiglobalización, el liberalismo moderno (que no el liberalismo clásico), el izquierdismo de todas las pelambres, el feminismo radical. Sus ídolos y mártires modernos: Kurt Cobain, Ted Kaczynski, Mumia Abu Jamal, Noam Chomsky, Bob Dylan, el subcomandante Marcos. Sus enemigos: los padres del liberalismo clásico, los ‘founding fathers’ de EEUU, Friedman, Hayek, von Mises, Thatcher, Reagan. Su fecha sacra: Mayo de 1968. Sus beneficiarios: entre otros, el islamismo jihadista.

Es así como se llega al caso de, por ejemplo, Mark Steyn; sus opiniones, ajenas al paradigma relativista, se atacan no porque estén equivocadas, sino porque son políticamente incorrectas, indeseables y porque se les percibe como reproductoras de paradigmas violentos y excluyentes. Absurdo que se recurra a las instancias legales para controvertir a un escritor, pero a esos extremos nos lleva la poderosa influencia del relativismo, presente en la política, las artes, la cultura y demás ámbitos de la vida.

También en Colombia sufrimos el embate del poderoso paradigma. Nuestra democracia liberal es atacada por terroristas marxistas, de violencia incomparable. Rufianes que odian nuestros valores, todo lo que la República misma representa, que se financian con la droga y el secuestro. Además de ellos, criminales diversos socavan la institucionalidad, sean estos delincuentes comunes o el violento remanente de la barbarie feudalista-paramilitar. Aún así, las élites intelectuales colombianas no responden. Se enfrascan en delirante combate contra el Presidente e insisten, humillándose, en ceder al terrorismo, una vez y cuantas sea necesario. No extraña este comportamiento. Colombia no estaría en el lugar que está hoy si su intelligentsia hubiese tenido valores democráticos firmes a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y no la pusilánime tolerancia frente a quienes siempre quisieron destruirnos: ELN, FARC, M19, narcotráfico, paramilitarismo y demás organizaciones ilegales.

Esta tolerancia patética achacó siempre las culpas de la situación colombiana a la institucionalidad, sin plantear reformas dentro del sistema, ensalzando la ilegalidad y siendo permisivos en extremo con ésta. Un gesto tan humillante como explicativo es el despeje de Pastrana. Hoy el ardor a favor de un acuerdo humanitario, con despeje y concesiones ad infinitum, demuestran la sumisión de nuestra democracia; actos de esta índole han humillado y humillarían el talante libre y digno de todo el país.

La juventud colombiana, sin embargo, muestra señales de vida. La marcha contra las FARC del 4 de Febrero, mostró a una juventud hastiada de la violencia para imponer fines políticos y orgullosa de su democracia. Debemos caminar en esa dirección. Desde estas páginas continuaremos promoviendo la razón, la libertad, el capitalismo, la dignidad humana y la defensa contra los tiranos y terroristas. Sin temor o pena, ni escepticismo perezoso seguiremos promoviendo nuestros valores occidentales, defendiendo, en palabras de Marcello Pera, el derecho a ser nosotros mismos, con la fuerza de nuestra identidad.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿Carlos Gaviria = Hecatombe?

Noviembre-2007
Leímos la entrevista de Yamid Amat en El Tiempo del 4 de Noviembre, con una mezcla de incredulidad e indignación. Carlos Gaviria mostró, con impúdico exhibicionismo y envalentonado por ciertos resultados electorales, lo que fielmente guarda en los escondrijos de su personalidad.

Decía Gaviria que el delito político es “un alzamiento en armas con el objeto de derrocar a un gobierno o un sistema que se considera injusto para cambiarlo por otro justo y mejor.” Sepa el lector que en la sentencia de la Corte Constitucional que declaró inconstitucional la absorción de las lesiones personales y el homicidio como parte del delito político, Gaviria salvó su voto (C-456 de 1997). Pregunta Amat al respecto “¿Mantiene su posición contraria?” Responde Gaviria desvergonzado “Claro. Los rebeldes no se alzan en armas solo para decirlo, sino para combatir. Por tanto, el combate hace parte del delito de rebelión y sus consecuencias, no de muertes fuera del combate, hacen parte del delito de rebelión.”

Sin embargo, para Gaviria, el de los paramilitares no es ya delito político. A las guerrillas, dice el ex magistrado, sí hay que reconocerles estatus político. Dice más adelante el presidente del Polo Democrático que “lo que se ha considerado es que quienes buscan una sociedad mejor están delinquiendo por fines altruistas y por tanto, su propósito es menos perverso, que el de quienes delinquen para enriquecerse....” Y da la estocada final, expresando con desparpajo, “[Pregunta Yamid: Y la guerrilla tiene propósitos altruistas?] Todo grupo armado que dice que trata de buscar un sistema de gobierno mejor, tiene propósitos altruistas... “

Defender el delito político en Colombia es decir que la democracia y el Estado de derecho colombiano es un sistema “injusto” de plano e in abstracto. Además, equivale a decir que una violencia, en tanto política, es mejor que otra. Para Gaviria el homicidio y las lesiones personales serían mejores o justificables ante el sistema penal, si el móvil es político. Un cierto móvil político, de tendenciosa aplicación, puesto que para Gaviria los paramilitares no pueden tener el estatus político que a la guerrilla sí le reconoce. Es decir, la guerrilla puede matar y hay que tratarlos suavemente; los paramilitares no. ¿No es lo razonable decir que ninguno puede hacerlo? ¿Que no se debe tratar suavemente a ninguno de los dos? Para Gaviria, la violencia política de izquierdas es permisible y lo delitos hay que juzgarlos por sus motivos y no sus efectos, cuando debe ser al contrario.

No establece el exmagistrado la distinción más crucial para la supervivencia de un sistema democrático: desviación armada no es lo mismo que disensión democrática. La primera es inaceptable. La segunda merece todas las garantías. Gaviria no comprende que la esencia de la democracia liberal es permitir el disenso pacífico a su interior, pero ser inflexible con quienes, por las armas, busquen acallar las voces de sus contradictores. Debe buscarse, afirmamos, camino diverso al delito político, el cual debe dejar de existir.

Creíamos algunos que Gaviria era apenas un melifluo representante de eso que llaman la izquierda democrática, indecoroso, pero menguado e inofensivo, ‘a sheep in sheep's clothing’, en palabras de Churchill. Nos equivocamos. Tras de su facha achaparrada y bonachona, sus floridas disquisiciones y la santidad que se le endilga a quien clama ser voraz ratón de biblioteca y sapiente catedrático, se esconde el más antiliberal de los políticos. Retorcido que este profesor se cuelgue el pomposo título de “liberal radical”. Se dirá que Gaviria, no por comandar tan grandilocuente retahíla se escapa de tener una ingente dosis de cretinismo. Y que quienes este último vicio detentan poco daño hacen, al fin y al cabo. Tal vez. Pero los libros de historia demuestran que los bufones y los incapaces han sido expertos hacedores de entuertos, catástrofes y hecatombes.

Lo combatiremos con votos, aunque el exmagistrado siga soñando, románticamente, con la efectividad de las armas. Y siendo laxo y permisivo con quienes las empuñan para matar colombianos.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Momento de Decidir

Agosto-2007
Se avecinan elecciones y la coyuntura es propicia para sugerir algunas reflexiones acerca del panorama político actual, en lo que a los partidos políticos se refiere.

Si en política colombiana primara la verdad, llamaríamos las cosas por su verdadero nombre. Renunciaríamos a llamar liberal al partido que por este nombre hoy se denomina y pasaría a conocerse mas bien como partido socialista colombiano o cuando menos socialdemócrata. Y no lo digo con menosprecio o burla; llamemos a las cosas por su nombre y liberal, liberal, no es un partido que arma pataleta y no vota afirmativamente un tratado de libre comercio con el más grande mercado del mundo. Pareciera sufrir de amnesia el que otrora se presentara como el partido abanderado de la libertad comercial. Si algo de sentido común hubiese también, el Partido Conservador empezaría por dejar tan insípido nombre en los anaqueles de su historia, renovándose para emprender la conquista del poder público. El partido de la U y Cambio Radical, por ejemplo, tienen cuando menos esa imagen de renovación que asiste a los nuevos partidos, a pesar de las problemáticas internas que puedan tener.

Las cosas no discurren generalmente por el sendero de lo ideal y debo decir que sí hallo en el país una tensión entre dos grandes modelos, sobre los que es necesario pronunciarse. Tal confrontación la vemos naturalmente en nuestra capital y es mucho lo que podemos ganar o perder. Está el Polo Democrático, o la confederación heterogénea y explosiva que lo compone: un proyecto que aún enmarca sus tesis dentro de una lógica de guerra fría, que apoya el fascismo chavista, que no tiene la seguridad como una de sus prioridades, que no comprende que la justicia social se logra siendo competitivos y aprovechando la globalización, un partido que aglutina a la gente por estar “contra” algo o alguien. Lamentable que el Partido Liberal tome también este camino. Menester es votar por fuerzas políticas que defiendan proyectos modernos y diferentes a este. En Bogotá evidenciamos esta tensión y perjudicial sería que el Polo saliere triunfante.

Pero de lo que se trata este escrito es fundamentalmente de anotar que hace falta la creación de un nuevo partido en Colombia. Un partido que retorne la dignidad a la política al asumir un compromiso ético firme, contra la corrupción y las mañas que ensombrecen a las instituciones. Que sea firme frente al terrorismo y las mafias, vengan éstas de donde vengan. Que promueva la competitividad, el aprovechamiento de la globalización, el libre mercado como medio para privilegiar a los más pobres. En suma, un partido comprometido con la libertad, la dignidad humana y defensor de la democracia liberal, que ocupe el centro político, un partido genuinamente moderno y popular. Y si el perspicaz lector algo familiarizado está con la política de la península ibérica, sabrá a qué tipo de partido me refiero y qué nombre le daría. Momento es entonces de decidir en las elecciones qué modelo queremos, pero de pensar también en nuevos horizontes para la política colombiana y el país.

Los enemigos de la paz

Agosto-2007
Repudio total el que nos causó a los incondicionales de la democracia y la libertad el asesinato de los once diputados a manos de las farc. Repudiables también las declaraciones de ciertas personas y grupos en relación con el hecho, muestras estas, en el mejor de los casos, de irredimible cretinismo político; en el peor, de cobardía y encubierta enemistad con la democracia liberal y la República.

El Polo Democrático esgrime un pusilánime comunicado; el expresidente Samper declara en semana.com que el acuerdo humanitario no debe tener en cuenta estas “coyunturas”; el grupillo timorato de columnistas de siempre (Felipe Zuleta et al) propone ridículas insinuaciones que no hacen más que legitimar el terrorismo; la directora de País Libre afirma que la situación se aconteció por la “radicalidad” de Uribe. No extraña, sin embargo, este comportamiento. Hace poco leíamos una tibia cartita de algunos “intelectuales” colombianos, lamentándose por la situación del país y asignando iguales responsabilidades al hampa guerrillera y al gobierno democrático. No extraña, pero no deja de ser cuando menos curiosa tal asimilación. Granda, tostándose bajo el sol caribeño e hinchándose de mojitos, lanzará algunos vivas a su adusta y falsa “revolución”. Y el gobierno será, equivocadamente, tenido por algunos como el responsable, aunque la culpa de las farc se vea con claridad.

En lúcido escrito de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) de España, Valentí Puig reúne un grupo de autores en torno a un concepto que encuentro ampliamente relevante con la situación colombiana: el buenismo político. Dice Puig: “El ‘buenismo’ es mucho más pasivo, (…) [es] frotar espaldas de aliados y adversarios (…) el buenismo lo nivela todo, todo merece la misma compasión, el mismo sentimiento, todo ‘preocupa’, ‘inquieta’. Ese sentirse preocupado e inquieto exime de la necesidad de hacer algo. La reacción emotiva sustituye la acción, por un efecto de desplazamiento narcisista.” Miquel Porta, en la misma publicación, anota que el “buenismo” trata de buscar una falsa paz al subyugar la libertad y la vida digna a esta, quiere imposibilitar la distinción entre guerra justa e injusta, propone la paz a cualquier precio sin importar la agresión del enemigo, y en su conformismo pacifista conduce a la ética del esclavo, sumiso y temeroso de la iracundia de su maestro.

Es imperativo entender que la República y democracia colombiana es legítima; que el narcoterrorismo no lo es y que el progreso depende ampliamente de la firmeza contra éste. El primer enemigo de la paz perdurable es el terrorismo. Aquellos que con sus tímidas maneras no lo condenan, permiten su fortalecimiento; esta inmoral cobardía permite que los terroristas roben, ultrajen y maten a los más humildes. No se queje aquella indiferente élite cuando las nuevas generaciones de colombianos les reclamen su miedo; cuando les ajusten el título de enemigos de la paz también. La auténtica revolución social del siglo XXI es democrática y antiterrorista. La “revolución” de las farc no es tal; es una empresa criminal y fascista. Sí, fascista, aunque nuestros insidiosos “intelectuales” jamás hayan leído a Hayek; y los verdugos en sus guaridas solo se aficionen por los estados contables de su depredación.

martes, 5 de junio de 2007

Antiterrorismo: Principio Democrático

Junio-2007
Al tiempo que el lector considere estas líneas, estará disfrutando de la libertad un cuantioso número de terroristas que, en justicia, debiese seguir en las cárceles. Granda, cual rogada damisela, finalmente ha cedido al persistente galanteo del gobierno, aún reafirmando fidelidad a su adusta causa. Y pensar en la iracundia, (causante de subsiguiente crisis) que su captura causó al adolescencial fascistoide a quien tenemos por vecino. La excarcelación, sin embargo, revela una tesis que pervive aún dentro de la democracia colombiana y que es sostenida también por algunos sectores en el exterior, particularmente en Europa. El argumento va así: El surgimiento de la guerrilla está justificado por una serie de problemáticas sociales; si bien los métodos guerrilleros son equivocados (y convenientemente poco se enfatiza esto), sus reclamaciones tienen fundamento y obligan al Estado a abstenerse de usar la coerción frente a estas; así, se insiste obsesivamente en que el Estado debe propender, casi rogar, por negociaciones.

Equivocada tesis esta, que debilita las instituciones democráticas, desmoraliza la Fuerza Pública, permite el ataque a la población civil e impide el efectivo accionar gubernamental para resolver los problemas que al país aquejan. En efecto, un análisis cuidadoso revela falacias graves, casi perversas, en el argumento. Se dice que la guerrilla es causada por la injusticia social y que por tanto sus reclamos son legítimos. Observe el lector el salto que se le permite a quienes esbozan estas posiciones; la injusticia social, que a todas luces es evidente, debe legitimar a un grupo de gentes a hacer unas reclamaciones (una dictadura comunista) y a hacerlas a sangre y fuego. Se le permite entonces a las guerrillas aparecer como las portavoces de un descontento social (que no lo son), a buscar imponer un programa profundamente antidemocrático y excluyente (pues se posiciona como legítimo), a usar cualquier método para imponer dicho programa (comprendiendo estos métodos), y obligando al Estado a buscar la solución a todo el embrollo, sin acudir a sus Fuerzas Armadas y policivas, que es su legítimo derecho. Este complejo de culpa de la democracia colombiana deviene en un perpetuo temor a defenderse; en una eterna búsqueda por congraciarse con su victimario, creyendo erróneamente que le aplacará, cuando lo que hace es fortalecerlo.

La injusticia social del país, la pobreza, la exclusión social y la falta de oportunidades se resuelven profundizando la democracia y fortaleciendo sus instituciones, a través de un Estado que, entre otras cosas, con denuedo enfrente el terrorismo. No se logra a través de un rancio programa marxista-leninista, que a lo largo de la historia sólo ha atentado contra la libertad y la dignidad humana. Y es este programa lo que lo que las Farc deseaban. O desean, si les concede uno el beneficio de dudar que lo suyo sea ahora exclusivamente la acumulación de riquezas producto del narcotráfico y el terrorismo. Y son precisamente el narcotráfico y el terrorismo causantes de mayor pobreza, de menor libertad y de la violación de los inalienables derechos de la persona humana.

Así llegamos al escenario actual. Ciertos sectores tanto dentro como fuera del país, promulgadores de la tesis descrita, o inconscientes seguidores de la misma, han logrado presionar al Gobierno para lograr una masiva excarcelación. Decepción grande la que esta causa a quienes vemos en la firmeza frente al terrorismo una cuestión de principios. Algunas consecuencias parecen más probables que otras; ninguna justifica la movida. Improbable es que las Farc responda con liberaciones, que su totalitario pensar solo responde al lenguaje de la fuerza. Que la organización terrorista se vea desprestigiada frente a la comunidad internacional al no buscar el intercambio no es logro que legitime la liberación: ni se desprestigiará en mayor medida un grupo terrorista que ha cometido los más bárbaros actos ni este mayor desprestigio se traducirá en hechos significativos de parte de la opinión y gobiernos europeos. Probablemente, si la razón que a Sarkozy asistió en pedir la excarcelación de Granda fue la liberación de Ingrid, veremos a ésta salir de su secuestro. El presidente francés tendrá su luna de miel con el electorado, de ser así. Esto a costa de retorcer los principios de una lucha que a este país ha costado mucho, de usarnos para satisfacer sus más inmediatos y particulares intereses. Por su parte, se quitará Uribe la presión por facilitar el intercambio, particularmente en Europa, sí. Pero, ¿vale la pena acallar la crítica con tan excesiva medida?

Colombia nunca verá consolidar una democracia liberal verdadera si cede ante el terrorismo. Y los problemas sociales solo serán profundizados por el accionar de éste. Su programa oficial (marxismo-leninismo a través de la violencia), y extraoficial (narcotráfico) son inaceptables. No son ni han sido nunca legítimos portavoces de descontento social alguno. Sus métodos de siempre han sido execrables y han violado y continúan violando los derechos humanos. A las Fuerzas Armadas debe permitírseles la protección de los colombianos, como es su mandato constitucional. La firmeza contra el terrorismo, venga de donde provenga, sea paramilitar o guerrillero, es elemento indispensable del progreso de la Nación, es principio inamovible, no resiste cálculo político o electoral y debe convertirse en política de Estado real, pensando a largo plazo. Y los principios no se negocian.

lunes, 30 de abril de 2007

Petro está de moda

22-Abril-2007

Petro está in, está de moda. También lo está Robledo, aquel agitado hombrecillo consentido por los medios y Gaviria, el voluminoso excandidato presidencial. El Polo, ese popurrí en perpetua amenaza de hacer implosión también está in; está de moda. Y si a Petro, Robledo, Gaviria y los demás camaradas, perdón, miembros del Polo, no les gusta Uribe y tampoco les gusta nada de su gobierno, bueno, entonces Uribe está out. Si hasta convencieron a Gore… qué duda queda.

Pero, ¿para quién está de moda este conjunto de eminencias? Pues, para la gente que importa, ¿no? Para un grupillo con aspiraciones a empresarios palaciegos (que ganarían más dinero cerrando el país al mundo), para el puñado de sindicatos defensores de sectores de ineficiencia hipertrófica (en perjuicio del bolsillo del ciudadano común y el contribuyente), para los periodistas oportunistas y para un elitista mundillo de algunos académicos e intelectuales (que lo digan los que por nuestras aulas vemos.)

Si no se está de moda, ni pensar en ejercer la crítica contra quienes lo están. Natural y razonable es que Robledo hable de “parauribismo”. Y que el Politburó, perdón, la dirigencia del Polo hable del actual gobierno y del presidente en los más insólitos términos, atacándole con la más variada gama de insultos. Que alguien, dentro o fuera del gobierno critique a su vez al Polo y sus miembros es acción censurable que amerita inmediato y visceral repudio. Y se replica esta actitud a lo largo de toda la fanaticada de la oposición; que lo digan los estudiantes que con delicado lirismo le gritaban a su entrada a los Andes al presidente: “Uribe, Paraco, el Pueblo está Berraco.” Vaya alguien a hacerle cosa equivalente a un miembro de la oposición para que vea lo que le pasa.

Y es que Petro, otrora discípulo de un dictador y que a plomo decidió conquistar el poder, hoy dicta cánones morales y éticos al país. Y lo hace porque se adueñó, junto con su pomposa catervilla, del significado de lo políticamente correcto. Ellos son políticamente correctos. El resto no. Ellos defienden “lo social”. El resto no.

Pero hay otro grupo, más numeroso y plural, de una mayoría de colombianos que buscan en la política la posibilidad de hallar y consolidar la libertad, la competitividad, la justicia social a través del desarrollo responsable, la eficiencia, la transparencia, la seguridad contra el terrorismo, la dignidad humana. Son estos colombianos quienes dieron al actual gobierno un voto copioso e histórico en las pasadas elecciones.

Quizá Petro y sus hooligans, perdón, bueno sí, hooligans, intocables por la crítica como vacas sagradas, encantadores de serpientes por su incomparable capacidad sofista no estén tan in como piensan. Para esa inmensa mayoría que no cree en su retórica, las etéreas calificaciones de lo que está o no de moda, de lo que está o no in, esgrimidas por unos cuantos listos, no valen nada. Sobre decir que con esa mayoría está el que aquí se suscribe.