O tal vez son muchos quienes le temen, que la imagen de un partido de terratenientes y jefes cachacos y centenarios, reunidos en torno a la chimenea de un club social, tomando whiskey e imperturbables ante la acuciante realidad nacional pervive en el imaginario del colombiano promedio. Es mucho lo que hay que temerle a un partido que se juzga dirigido por figuras tan poco admirables.
El conservatismo se regodea con los recuerdos de glorias pasadas, impávido frente a su decaída popularidad, por lo que ante el fortalecimiento de un bloque liberal-polo y la desaparición de los coyunturales partidos uribistas, sólo queda preguntarnos ¿quién podrá defendernos? Si el partido no renueva su andar, tanto en la forma como en el fondo, sucumbirá ante los desafíos que se avecinan.
Cambios de forma: vender la pavorosa casona desde donde despacha en Teusaquillo y conseguir un nuevo y más moderno lugar, cambiar el color por un azul más claro y amigable, cambiar el nombre, que será este partido el único, junto con los Tories ingleses, que se hace llamar “conservador” con todo lo que este arcaico y deslucido mote trae consigo. (Se atreve este periódico a sugerir el nombre “Partido Colombiano”, que además permitiría usar la “C” que tanto ha identificado al conservatismo de tiempo atrás).
Debe el partido emprender una vigorosa campaña de comunicaciones y publicidad, que muestre a la ciudadanía y a los jóvenes una imagen renovada. Para comunicarse con la juventud hay que usar modernas estrategias: el ‘culture jam’, la ‘guerrilla communication’, y en general las nuevas formas de comunicación deben ser usadas, pues se debe disputar el voto joven con los partidos de izquierda usando sus mismos métodos de comunicación. Se trata de volver el Partido Conservador atractivo a los jóvenes y, para usar un manido y hasta cursi término, hay que volverlo cool. Esto sin olvidar que han de segmentarse las estrategias de comunicación y captación electoral para cada sector poblacional: no es lo mismo hablarle a jóvenes universitarios que al campesinado, y este periódico sabe que en el campo hay formas más tradicionales de hacer las cosas, que además funcionan.
Cambios de fondo: Pervive dentro de la colectividad una rancia oposición a la igualdad de derechos; más de un miembro pareciera soñar aún con deshacer la Ilustración en nombre del ‘Trono y el Altar’, a la manera de Franco, para usar palabras de Allan Bloom. Otros defienden un ridículo sentimiento aristocrático, derrotado, como el mismo Bloom lo recuerda, en 1945. No son pocos los miembros de las Nuevas Generaciones del partido, de camisa con cuello abotonado, que aún vociferan por un lejano y obsoleto ideario. Defenderían la monarquía hereditaria y el poder papal si pudieran. Deben recordar estos fogosos jóvenes que para convencer a un electorado es imprescindible que su estampa y maneras no causen risa. Mucho menos repulsión.
Si el Partido Conservador ha de sobrevivir y acrecentar sus dimensiones debe defender los valores modernos de la Ilustración. En términos prácticos esto significa la defensa de la libertad en todas sus formas (empezando por la económica) y de la igualdad de oportunidades y derechos a la manera de Friedman. El gobierno limitado, al servicio del individuo, es el único sistema compatible con los mencionados presupuestos modernos.
La defensa de los derechos humanos y de la dignidad humana debe ser el discurso ético que reemplace la divisoria doctrina católica; el partido debe entender que ha de confiar en la gente y en la libertad de éstos para decidir el rumbo de sus vidas. No se es más católico ni más virtuoso buscando que el aparato estatal promueva el sentimiento religioso, antes bien, el camino de la fe y la virtud siempre será solitario e individual. Finalmente, la defensa nacional frente a los enemigos foráneos e internos debe ser promovida, a través del fortalecimiento de las fuerzas armadas y de policía.
Si el partido se empecina en conservar su actual apariencia monacal, excluyente y premoderna, será derrotado estruendosamente en el futuro, y el izquierdismo, demagogo y sofista pero astuto, deshará, regocijado, los progresos de los seis últimos años de gobierno.