lunes, 30 de abril de 2007

Los Males de Siempre



Octubre-2006
Se conmemoró muy recientemente el cincuentenario de la revolución de Hungría de 1956. El suceso sonará pretérito y lejano a muchos, y más de un desprevenido lector poco sabrá o querrá saber del histórico hecho, inmerso como estamos todos por estas épocas en las cuestiones propias del final de semestre. La revolución húngara sin embargo, es un ejemplo de la lucha corajuda y orgullosa de un pueblo que se alzó decidido a dar la batalla por la democracia y la libertad, en contra del burdo comunismo y de sus imperialistas ambiciones. Hombres y mujeres, muchos de ellos estudiantes como nosotros, hastiados del vulgar repudio que el totalitario comunismo profesaba por sus más fundamentales derechos, clamaron y lucharon por la libertad que les era negada una y otra vez. Cuánto pudiéramos aprender de tan decidido grupo de gentes, cuando acá en nuestro país, aún padecemos a los pupilos de la cortina de hierro y demás porfiados adeptos del uso de la violencia y la fuerza, enemigos de siempre del proceso democrático y las libertades públicas. Cuánto pudiéramos aprender si, como aquellos insignes rebeldes húngaros, tomáramos conciencia como pueblo de la absoluta necesidad del sistema democrático y de la tajante condena a quienes, con sus totalitarios métodos y retórica, busquen socavarlo.

La revolución de Hungría comenzó el 23 de Octubre de 1956 y terminó el 10 de Noviembre del mismo año, víctima de las tropas y tanques soviéticos, feroces guardianes del abusivo régimen. La AHV, policía de seguridad del estado, perro guardián de los intereses soviéticos en Hungría, asesinó a varios manifestantes de una congregación que esperaba transmitir un mensaje por la radio. Rápidamente, la noticia se esparció por la capital y luego por el país, generando levantamientos en diversos lugares, buscando la instauración de elecciones libres y democráticas. La batalla contra la AHV y las tropas soviéticas que en el país se hallaban, dio con la caída del gobierno y con la formación de uno provisional, que disolvió oficialmente la AHV y anunció sus intenciones de instaurar elecciones libres y de retirarse del Pacto de Varsovia. Para finales de Octubre, la normalidad parecía haber vuelto y la posibilidad de cambio político parecía consolidarse. Pero la Unión Soviética tenía otros planes; el 4 de Noviembre el ejército soviético invadió Hungría, resultando en unos 2,500 revolucionarios muertos, 13,000 heridos, 200,000 refugiados, 26,000 llevados a remedos de juicios, 13,000 condenados a prisión y unos 350 ejecutados. A la fuerza de los ideales de los alzados, se oponía el embate de la maquinaria de guerra soviética, la cual, temerosa de que el ejemplo húngaro se hiciese extensivo a los demás países oprimidos de Europa Oriental, respondió con brutal eficacia. Tendría que aguardar el pueblo húngaro hasta finales de la década del ochenta para dejar atrás el comunismo y saborear las mieles de las elecciones libres, y de un nuevo horizonte en la conformación de su patria.

No son pocas las similitudes de este suceso con nuestro país, a pesar de que a primera vista no lo parezca. En Colombia, la ciudadanía se ve acosada sin tregua por grupos de gentes que, como los gobiernos soviético y comunistas de la cortina de hierro, profesan un total desprecio por la democracia y los derechos humanos, y cuyos violentos e inhumanos métodos, buscan imponer su inclinación totalitaria. Debiera la ciudadanía colombiana, como aquellos valientes alzados húngaros, decir no a los enemigos de la democracia, a aquellos que con violencia desean imponer su pensamiento, desde cualquier orilla ideológica, o que con la fuerza buscan doblegar las instituciones para el provecho de sus designios criminales. O a los que conjugan ambas cosas, que no es situación infrecuente. Es así que, para cuando el estimado lector pueda considerar estas líneas, habrásen cumplido cincuenta años de la revolución húngara, cuyas ideas sin embargo están hoy tan vigentes como antes. Naciones como la nuestra aún están sedientas de democracia y libertad, que las empresas criminales y de insulsa retahíla ideológica no nos permiten. Hoy, como hace cincuenta años lo hicieron los rebeldes húngaros, debemos reclamar el fin del totalitarismo ideológico, que por las armas y el terrorismo busca socavar nuestro bienestar. Hoy, como lo hicieron los estudiantes y las gentes húngaras, debemos condenar la violencia, permitiendo solo al Estado legítimamente constituido el uso de la fuerza. Hoy sin embargo, el reto es deliberar pacíficamente, teniendo como lo tenemos, un gobierno y un Estado que buscan garantizarlo, que debemos buscar consolidar y perfeccionar perpetuamente.

A pesar de su heterogeneidad, -había desde intelectuales hasta sindicalistas- los revolucionarios húngaros tenían una serie de principios sobre los que habían llegado a amplios consensos; la democracia, los derechos humanos, el rechazo al totalitarismo, y a la violencia y la represión para imponer la política. Entonando la llamada “Canción Nacional” o “Nemzeti Dal”, compuesta por Sándor Petőfi durante la revolución de 1848, los alzados húngaros de 1956 cantaban, preguntándose, “¿Seremos esclavos o libres?” La respuesta era contundente “¡Juramos, juramos no ser esclavos, nunca más!” Los pueblos oprimidos por algunos de los males de siempre: el terror, el totalitarismo y las empresas criminales que les buscan denigrar, a tan crucial pregunta deben dar la misma respuesta, resueltos y orgullosos. A aquellos dignos revolucionarios húngaros del ’56, ejemplo de muchos de nosotros, quise rendir humilde homenaje con este sencillo escrito. El heroísmo no es la feliz conjunción entre lo anhelado y el resultado final, sino la valentía y dignidad con que se fragüen y vigorosamente persigan los sueños e ideales. A ellos y a los insignes luchadores por la libertad y la democracia, de ayer y hoy, aquí y en tierras foráneas, un saludo de respeto y recordación.

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