lunes, 30 de abril de 2007

El Problema con la Derecha

2005
Decirse de derecha o afirmar el libre comercio es ser estereotipado; ya por autoritario, con inevitables denuncias de fascista, ya por tecnócrata abusivo, con indisolubles acusaciones de elitista u oligarca. Así las cosas, la derecha es hoy vista por muchos como negativa; símbolo de la desigualdad social, del uso excesivo de la fuerza y portadora de un sentido reaccionario de la política y de los procesos sociales. Decirse izquierdista, por otro lado, aun envuelve un cierto componente romántico, incluyente y progresista. En el tema económico todos reniegan de la lógica de mercado, lo que se traduce inequívocamente en una débil y falaz interpretación de procesos imparables, como lo son la globalización y la inevitable flexibilización de los mercados. Nadie quiere decirse neoliberal por cuanto la palabra encarna problemáticas que a primera vista aparecen como indeseables; el ajuste fiscal y el austero gasto del presupuesto público, las privatizaciones, la estimulación de la inversión extranjera, la libre competencia.

Considero, no obstante, que decirse de derechas o decirse neoliberal no puede ser sinónimo de estigmatización con forzosas repercusiones electorales, por cuanto lo uno y lo otro son ingredientes del éxito para un país como el nuestro. El problema radica, en primera instancia, en un ataque embustero y demagogo, de parte de la izquierda, etérea y light, por decir lo menos. Por otro lado, el problema también se halla en disposiciones añejas que a la derecha, y a los partidos que se asocian con esta, hacen daño, tanto en la imagen que estos expiden, como en los resultados electorales intrínsecos a su mal perfil. Finalmente, por cuanto lo que se suscita es un debate eminentemente político, el problema también es uno de marketing, es decir, uno de presentación de un ideario que, sin alteración de sus preceptos, resulte atractivo para el ciudadano común.

La izquierda democrática, en sus distintas presentaciones, se ha posicionado como un proyecto, que, sin perjuicio de sus deseos de llegar al gobierno, es más un movimiento de opinión. Movimiento de opinión en el mal sentido de la palabra, por cuanto la suya no es una reclamación realista y asequible, sino mas bien una obstinada y populista manera de entender la política y de emitir crítica sin elementos constructivos claros, únicamente para desprestigiar a sus contrarios. La oposición es fácil; no en el sentido de que lo suyo sea un discurrir calmado y sereno, sino que la oposición faculta para hablar sin consideración objetiva de las consecuencias de sus dictámenes.

El caso colombiano es bastante explicativo; el talante “guerrerista” del gobierno Uribe es, casi de manera unánime, objetado. No razona la izquierda que el terrorismo andaba rampante y sin freno, que no puede ser considerado expresión legítima de las problemáticas sociales del país, por cuanto mata, secuestra y extorsiona. A casi tres años del gobierno Uribe ya muchos se vuelcan contra este, tirando fuego contra la política de seguridad democrática sin propuestas coherentes que trasciendan del lugar común; que el país tiene un problema de injusticia social; que hay que gastar más en “lo social”. ¿Injusticia Social? Claro que sí, pero el terrorismo no es portavoz de esta y no es constructivo. ¿Más gasto social? Claro que sí, en tanto nuestro ajustado presupuesto lo permita. Así pues, la izquierda no se extiende más allá del afán inmediato, no propone coherentemente, se obstina en idear un recetario que de ninguna manera se vuelve aplicable. Lamentablemente, el ciudadano no reacciona; la Corte Constitucional emite fallos absolutamente desajustados de nuestra realidad, el Polo Democrático y el resto de la izquierda democrática se encapricha con cuestiones inaccesibles, la socialdemocracia liberal patalea irritada y todos unen esfuerzos por llegar al poder... ¿Para qué? Ni ellos lo saben.

Pero el problema no es solo externo a la derecha. Es también, y en considerable medida, interno. La derecha colombiana aun carga con un bagaje demasiado pesado, un lastre que no le permite comunicarse adecuadamente con las masas colombianas. No pretendo aquí plantear una visión completa de lo que la derecha debería ser, aunque en mi mente tengo dicho pensamiento. Quisiera hacer énfasis en un punto fundamental: lo que la derecha y lo que el conservatismo deben desechar para buscar la grandeza en el país.

El conservatismo no puede ser un partido envolvente, en cuanto su accionar se perciba en todos y cada uno de los ámbitos de la vida. Considero que su rol debe entenderse en sentido macro, como una serie de lineamientos coherentes, que piensen en el largo plazo y que procuren la estabilidad de las instituciones. Creo equivocado que el partido y en suma todos los partidos adheridos a la derecha se empeñen en la imposición de una moral como bandera de lucha. La derecha debe distinguir entre la ética, que yo diría es el respeto inviolable de los conciudadanos, de la moral, que es eminentemente una problemática propia, sujeta a los subjetivos deseos del individuo. Apruebo por tanto que el Conservatismo Colombiano no sea ya un partido confesional pero considero que ese componente incluyente que se deriva de la aceptación de todas las formas de vida, en tanto no agredan los derechos del prójimo, es eminentemente democrático y de necesaria atención. La juventud rechaza la intolerancia y los partidos de la izquierda se apropian de este debate como si fuere suyo, con repercusiones de dimensiones insospechadas. Lo que hoy concierne a los partidos es la búsqueda de instituciones virtuosas. La moral es tan subjetiva que hace mal un partido en pretender consagrar un modo de vida buena único y deseable.

Finalmente, en concordancia con el tema anterior, creo también que el problema de las derechas es uno de marketing. El Partido Conservador, y en suma, la derecha que apoya el libre comercio es tachada de excluyente. Recuerdo una interesante discusión que tuve en días recientes; me decía mi interlocutor que la primera imagen que a su mente viene cuando oye del Partido Conservador es la de un grupo de ancianos, intolerantes, fundamentalistas, ricos y autócratas. La imagen me espantó, por cuanto creo que dicha opinión no es apenas suya, sino que, con variaciones diversas, es compartida por muchos, en particular por la juventud. El problema por tanto, es deshacerse de estos estereotipos, promoviendo los verdaderos principios conservadores, que lamentablemente no tengo ya espacio para discutir, de una manera dinámica e incluyente. Bien haría el partido Conservador en cambiar su nombre, para empezar. “Conservador” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es “Dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc.: Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales.” Al Partido Conservador le es imprescindible buscar qué desea conservar y qué desea cambiar, que en Colombia, definitivamente no es poco.

Así las cosas, el problema con la derecha es la estigmatización de parte de la izquierda, la carga de ideas añejas que suscitan desprestigio y la falta de una presentación acorde a las nuevas necesidades. La problemática del Conservatismo se deriva de esto. Pero esta realidad debe ser enfrentada con vigor y sin demora. Parafraseando a Gilberto Alzate Avendaño, el Partido debe empeñarse en ser uno “tradicionalista revolucionario”; de unos principios fundamentales, se dispone a dar la batalla democrática por el cambio y el progreso de nuestro país. ¡Esto ya escapa al ideario conservador!, dirán algunos. Yo digo que las ideas están ahí; que el Conservatismo las asuma como propias para alcanzar la grandeza, o que se las deje a otros, es alcanzar el éxito o firmar su sentencia de muerte, espectadores apenas del triunfo de quienes sí las asumieron como suyas.

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