lunes, 30 de abril de 2007

Oposición Política y Contracultura

Enero-2006
Sin mucha sorpresa seguí los sucesos que en París se acontecieron en días recientes; cientos de estudiantes levantando barricadas y bloqueando calles, buscando la eliminación de la ley de flexibilidad laboral dirigida a los más jóvenes. Con menor sorpresa aún, sigo el debate electoral actual en Colombia, en donde la facilidad con que se ventilan propuestas políticas “innovadoras” o “radicales” es directamente proporcional con su falta de aplicabilidad real. Y menciono ambos sucesos, la pseudo-rebeldía de nuestros colegas franceses y el exotismo de algunos de nuestros candidatos presidenciales para escribir sobre un concepto específico. Dicha noción tiene una influencia a veces desapercibida sobre las mentes de Occidente, incluyendo a Colombia, y particularmente sobre su juventud: esta es la idea de la contracultura.

En “The Rebel Sell, Why the Culture Can´t be Jammed” (2004), Potter y Heath comentan el rol angular que el Holocausto tuvo en determinar la vida social, política y cultural de posguerra. En efecto, del obvio rechazo al fascismo que los ciudadanos empezaron a profesar y de la curiosa asimilación entre fascismo y sociedad convencional que posteriormente hicieron algunos, se dio pie al nacimiento de la contracultura, como ideología antagónica de dicha sociedad convencional. La contracultura, (concepto introducido por Theodore Roszak en “El Nacimiento de la Contracultura”, de 1969), sintetiza el movimiento de rechazo a la cultura convencional y el intento por reemplazarla con una filosofía en cierto sentido individualista y libertaria. A la manera de Potter y Heath, la contracultura se traduce en hedonismo; si hacemos referencia al plano político de la misma, nos damos cuenta que esta se convierte en rechazo a la política electoral y en un enardecido antagonismo frente a infinidad de cuestiones propias a la política como tal. Tanto los manifestantes franceses, por ejemplo, como algunos de nuestros candidatos presidenciales, movidos ambos por una rancia retórica de izquierdas, se oponen o bien a la flexibilidad laboral, o bien al capitalismo, o al libre comercio y la globalización, entre tantas otras cosas. En expresar dicha ideología olvidan lo vital de expresar el disenso de manera constructiva y pacífica, o bien de lo importante de reformas económicas que, por ejemplo, flexibilizen el mercado laboral para generar empleo; en suma, olvidan la necesidad de encaminar los esfuerzos para que los fenómenos económicos del mundo de hoy lleven progreso real y efectivo a la ciudadanía.

En efecto, tanto las manifestaciones de los estudiantes franceses, como la evidente demagogia de algunos candidatos son apenas dos ejemplos de una variedad de movimientos e ideologías que resultan mas bien en nihilismo. Y es que, en rechazar de manera total y unívoca cosas tales como un tratado de libre comercio con un amplísimo mercado, o al legitimar la desviación violenta o armada, o al considerar que la manera de hacer sentir su voz es a través de la oposición callejera y no electoral y legislativa, lo que se ve es una respuesta netamente binaria a problemas complejos. No solo no reconocen espacios intermedios, sino que, por la mencionada elección binaria intrínseca a su razonamiento, se convierten, ellos sí, en los más totalitarios y excluyentes de todos. Curiosa paradoja que espero no sea intencional.

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